martes, 5 de julio de 2016

Kholó tamam


 Han pasado casi tres semanas desde que llegué a Yemen.

Me costó arrancar. En un principio me sentí como una niña que se encuentra de pronto con el ídolo que ha empapelado las paredes de su dormitorio durante años. Así es, desde hace mucho tiempo, soñaba con venir a Yemen. Me atraía el desconocimiento general sobre este país, su historia, y la belleza de su arquitectura. Sin embargo, en 2011 estalló la guerra, y como me sucedió con otros potenciales destinos de enorme atractivo cultural (Siria o Malí), se convirtió en lugar prohibido, anulando toda esperanza de visitarlo.

Pero de pronto, y de manera bastante inesperada, me vi aquí, muda de emoción y avasallada por los numerosos acontecimientos que llegaron uno tras otro sin descanso desde mi descenso en el aeropuerto de Sanaa, la capital. 

Siendo la segunda misión con la organización, no podía dejar de compararla con la anterior, por muy consciente que fuera del gran error que cometía al hacerlo; En Yemen hace más calor, en Yemen no puedes comunicarte con la gente debido a la barrera lingüística, en Yemen no hay apenas verde, en Yemen la música no se baila, en Yemen, por ser mujer, debes ser discreta, en Yemen no se consume alcohol…

A esto se añadía una enorme carga de trabajo, y las prisas por cerrar procesos ante la pronta partida de gran parte del equipo que sería reemplazado en pocos días.

Sin embargo, y como era de esperar, la adaptación acabó siendo cuestión de tiempo. Uno se habitúa al calor, se desarrollan nuevas técnicas de comunicación, palabras como Inshalá o Kholo tamam (todo bien) pueden quitarte de algún apuro e incluso despertar la sonrisa de algunos, el desierto tiene una autenticidad difícilmente comparable, la llamada a la oración de las mezquitas como sonido de fondo resulta algo mágico y te trasladan a otra época, el hecho de ser mujer, te permite adentrarte en un mundo difícilmente accesible para los hombres, la cerveza sin alcohol resulta igual de sabrosa y refrescante. Por último, la carga de trabajo, una vez pasadas las prisas del primer momento, empiezan a ser algo manejable.


A esto hay que añadir, una vez más, la satisfacción de ver realizado un proyecto del cual se benefician miles de personas, y el sentimiento de agradecimiento sincero por parte de la población local.

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