Quise darme un poco de tiempo antes de ponerme a escribir
sobre Yemen, su gente, su conflicto (o más bien, conflictos), su cultura… Pero
después de mes y medio en este país, he asumido que puede ser un proceso lento.
Al contrario que en Sudán del Sur, donde ya me quejaba de la
falta de libertad, en esta misión no consigo atravesar las enormes barreras
físicas y sociales que me rodean. Entre nuestra vivienda y la oficina, en la
cual paso la mayor parte de mi tiempo, nos separan tan sólo 200 metros. Un
recorrido que hacemos a pié y del cual únicamente puedo sacar como
entretenimiento, el progresivo avance de una casa en construcción, la cual se
encuentra justo en la mitad del camino.
Es curioso cuántos detalles se pueden rescatar de algo que
en un contexto normal nos pasarían completamente desapercibidos: Por un lado
están sus trabajadores, la mayoría de origen africano, lo cual me lleva a
deducir que éstos ocupan los puestos que requieren mayor esfuerzo físico, y
asumo que no son los mejor pagados. Por
otra parte, a raíz de un conflicto que explico a continuación, aprendí que
dentro de este caos urbanístico, existe un cierto orden no escrito,
aparentemente comprensible para ellos, o no; Resulta que una tarde, tras terminar
de trabajar y cuando quisimos volver a nuestra casa, se nos impidió la salida a
causa de una pelea que se estaba cociendo en torno a la construcción. Al
parecer, el propietario, discretamente, había ampliado el área de la parcela,
de manera que entraba en un territorio cuyo propietario era otro. Y no contentos con esto, decidieron buscar
una solución armados hasta los dientes. Afortunadamente debieron llegar a un
acuerdo pacífico, pues no tuvieron que hacer uso de la violencia y la
construcción siguió, hasta ahora, su curso normal.
A veces, para entender este país, recurro a la lectura de
libros, pero no hay muchos. En uno de ellos, basado en un hecho real, pero
escrito a modo de novela, se refleja la vida de las niñas que son obligadas a
casarse a edades tempranas (en torno a los 10 años) con hombres mucho mayores
que ellas. El caso de la protagonista, según leí, fue muy sonado en Yemen, pues
se trataba de la primera chica que se presentó ante un juez para solicitar el
divorcio. Sin embargo, cuando pregunto a mis compañeros yemenís, algunos de los
cuales vienen de la capital, ninguno ha oído hablar de ello. Pero no solo eso,
sino que además la mayoría piensa que
esto ya no sucede de manera tan abrumadora. Por supuesto, la respuesta
no me convence, pero no tengo mujeres a mi alrededor con las que pueda
comunicarme para que me aporten la otra versión de la historia.
Recurro a Twitter,
esta maravillosa red social en la que uno puede perderse sin el menor esfuerzo,
saltando de twittero en twittero. A través de ella descubro todo un mundo de
activistas, mujeres incluidas, algunas emigradas, que al leer mi perfil (en el
cual menciono mi actual residencia) me contactan para mostrar su curiosidad. Me
invitan a sus ciudades, a sus casas, a conocer el país a través de ellas, y yo
no puedo más que retorcerme en mi propia frustración, cual animalillo atado de
pies y manos. Quiero ver, quiero preguntar y escuchar. El Yemen que conozco, es
el Yemen de los hombres.
Pero más allá de las perspectivas de género masculino/femenino,
hay aspectos que difícilmente pasan desapercibidos y que dan cuenta de la
crueldad humana, o que, para aquellos que creen, llevarían a preguntarse que si
Dios existe, aquí se lució por su ausencia.
En la zona en la cual me encuentro, se desarrolla un guerra
abierta entre árabes y yemenís, cuyo principal resultado no está siendo otro,
como suele suceder, que el del desplazamiento de miles de personas que nada
tienen que ver con la misma, llevándolos a vivir en condiciones infrahumanas y
ante el olvido de todos. De este mundo aprendo a través de la vida de Waheed,
mi asistente financiero, él mismo desplazado, y cuya modestia infinita no consigue ocultar lo terrible
de su realidad.
Mi otra ventana al mundo yemení es el hospital en el cual
trabajamos. Los pacientes que llegan a él son los que tienen menos recursos,
pues los que pueden permitírselo, acuden a los hospitales privados de la
capital. En nuestro hospital tratamos casos muy diversos, pero si hay un
departamento que se encuentre diariamente desbordado, es el de maternidad. Los
métodos anticonceptivos son un verdadero tabú y la mujer no es tal si no está
continuamente reproduciendo. Llegan también muchos casos de mordeduras de
serpientes, lo que nos lleva a estar continuamente haciendo pedidos de
anti-veneno. Por último, hay gran cantidad de heridos por accidentes de tráfico;
Aquí van como locos! O deben ir, porque como digo, mis salidas son contadas.
Yemen sigue siendo un misterio para mi, lo cual tiene como
aspecto positivo mi ganas por continuar trabajando en este país para, al mismo
tiempo que trabajo, seguir levantando poco a poco el velo que me separa de él. Ánimo,
me digo, aún me quedan cinco meses!
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I wanted to
give me a little time before starting to write about Yemen, its people, its
conflict (or rather, it conflicts), its culture ... But after a month and a
half in this country, I have assumed that it can be a slow process.
Unlike in
South Sudan, where I already complained for the lack of freedom, in this
mission I don’t manage to get through the enormous physical and social barriers
that surround me. Between our home and the office, where I spend most of my
time, there are only 200 meters. A walk we do by foot and from which I can only
take as entertainment, the progressive advance of a house under construction,
which is right in the middle of the road.
It's funny
how much detail can be rescued from something that in a normal context, would
completely pass unnoticed: On one side there are the workers, mostly of African
origin, which leads me to conclude that they occupy positions that require more
physical effort, and I assume they are not the highest paid. Moreover,
following a conflict which I explain below, I learned that within this urban
chaos, it exists some unwritten order apparently understood by them, or not; It
turns out that one afternoon after finishing work and when we wanted to return
to our home, we were stopped because of a fight that was brewing around the
building. Apparently the owner discreetly had expanded the area of the plot,
so that entering in a territory whose owner was another. And not content with
that, they decided to look for an armed solution. Fortunately they ended up
reaching a peaceful agreement, as they didn’t have to make use of violence and
the construction continued until now its normal course.
Sometimes,
to understand this country, I go to the reading of books, but there are not
many. One of them, based on a true story, but written as a novel, reflects the
life of girls who are forced to marry at an early age (around 10 years) with
men much older than them. The case of the protagonist, as I read it, was very
sounded in Yemen, as it was the first girl who appeared before a judge asking for
divorce. However, when I ask my fellow Yemenis, some of which come from the
capital, no one has heard of it. But not only that, but also most of them think
that this will no longer happen in such a common way. Of course, the answer
does not convince me, but I have no women around me with whom I can communicate
to grant me the other version of the story.
I make use
of Twitter, this wonderful social
network in which one can get lost without effort, jumping from one user to
another. Through it I discover a world of activists, including women, some emigrants,
who read my profile (in which I mention my current residence) and contact me to
show their curiosity. They invite me to their cities, their houses, to visit their
country through them, and I can only squirm in my own frustration, as a little
animal tied hand and foot. I want to see, I want to ask and to listen. The
Yemen I know is that of men.
But beyond
the perspectives of male/ female gender, there are aspects that can hardly go
unnoticed and makes one realise about the human
cruelty, or, for those who believe, lead to wonder that, if God exists, here it
is conspicuous by its
absence.
In the area where I am,
an open war between Arabs and Yemenis develops, whose main result is not being
another, as often happens, than the displacement of thousands of people who have nothing to do
with it, leading them to live in subhuman conditions and to the oblivion of
all. I learn about this world through the life of Waheed, my financial
assistant, he himself displaced and whose infinite modesty fails to hide the horror of his reality.
My other
window to the Yemeni world is the hospital in which we work. Patients who come
to it are those with fewer resources, because those who can afford it go to
private hospitals in the capital. In our hospital we treat very different
cases, but if there is a department that is overwhelmed daily, is maternity.
Contraception is a real taboo and women is not such if it is not continuously delivering.
Also there are many cases of snakebites, which makes order anti-venom continuously.
Finally, there are many injured by traffic accidents; here they drive like
crazy! Or so it seems, because as I said, my trips are counted.
Yemen
remains a mystery to me, which has as a positive side my desire to continue
working in this country, so at the same time I work, I continue raising slowly
the veil that separates me from it. Courage, I tell myself, I still have five
months!
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