sábado, 30 de julio de 2016

Conocer un país entre cuatro paredes (To know a country within four walls: Translated into English below)

Quise darme un poco de tiempo antes de ponerme a escribir sobre Yemen, su gente, su conflicto (o más bien, conflictos), su cultura… Pero después de mes y medio en este país, he asumido que puede ser un proceso lento.

Al contrario que en Sudán del Sur, donde ya me quejaba de la falta de libertad, en esta misión no consigo atravesar las enormes barreras físicas y sociales que me rodean. Entre nuestra vivienda y la oficina, en la cual paso la mayor parte de mi tiempo, nos separan tan sólo 200 metros. Un recorrido que hacemos a pié y del cual únicamente puedo sacar como entretenimiento, el progresivo avance de una casa en construcción, la cual se encuentra justo en la mitad del camino.

Es curioso cuántos detalles se pueden rescatar de algo que en un contexto normal nos pasarían completamente desapercibidos: Por un lado están sus trabajadores, la mayoría de origen africano, lo cual me lleva a deducir que éstos ocupan los puestos que requieren mayor esfuerzo físico, y asumo que no son los mejor pagados.  Por otra parte, a raíz de un conflicto que explico a continuación, aprendí que dentro de este caos urbanístico, existe un cierto orden no escrito, aparentemente comprensible para ellos, o no; Resulta que una tarde, tras terminar de trabajar y cuando quisimos volver a nuestra casa, se nos impidió la salida a causa de una pelea que se estaba cociendo en torno a la construcción. Al parecer, el propietario, discretamente, había ampliado el área de la parcela, de manera que entraba en un territorio cuyo propietario era otro.  Y no contentos con esto, decidieron buscar una solución armados hasta los dientes. Afortunadamente debieron llegar a un acuerdo pacífico, pues no tuvieron que hacer uso de la violencia y la construcción siguió, hasta ahora, su curso normal.

A veces, para entender este país, recurro a la lectura de libros, pero no hay muchos. En uno de ellos, basado en un hecho real, pero escrito a modo de novela, se refleja la vida de las niñas que son obligadas a casarse a edades tempranas (en torno a los 10 años) con hombres mucho mayores que ellas. El caso de la protagonista, según leí, fue muy sonado en Yemen, pues se trataba de la primera chica que se presentó ante un juez para solicitar el divorcio. Sin embargo, cuando pregunto a mis compañeros yemenís, algunos de los cuales vienen de la capital, ninguno ha oído hablar de ello. Pero no solo eso, sino que además la mayoría piensa que  esto ya no sucede de manera tan abrumadora. Por supuesto, la respuesta no me convence, pero no tengo mujeres a mi alrededor con las que pueda comunicarme para que me aporten la otra versión de la historia.

Recurro a Twitter, esta maravillosa red social en la que uno puede perderse sin el menor esfuerzo, saltando de twittero en twittero. A través de ella descubro todo un mundo de activistas, mujeres incluidas, algunas emigradas, que al leer mi perfil (en el cual menciono mi actual residencia) me contactan para mostrar su curiosidad. Me invitan a sus ciudades, a sus casas, a conocer el país a través de ellas, y yo no puedo más que retorcerme en mi propia frustración, cual animalillo atado de pies y manos. Quiero ver, quiero preguntar y escuchar. El Yemen que conozco, es el Yemen de los hombres.

Pero más allá de las perspectivas de género masculino/femenino, hay aspectos que difícilmente pasan desapercibidos y que dan cuenta de la crueldad humana, o que, para aquellos que creen, llevarían a preguntarse que si Dios existe, aquí se lució por su ausencia.

En la zona en la cual me encuentro, se desarrolla un guerra abierta entre árabes y yemenís, cuyo principal resultado no está siendo otro, como suele suceder, que el del desplazamiento de miles de personas que nada tienen que ver con la misma, llevándolos a vivir en condiciones infrahumanas y ante el olvido de todos. De este mundo aprendo a través de la vida de Waheed, mi asistente financiero, él mismo desplazado, y cuya modestia infinita no consigue ocultar lo terrible de su realidad.

Mi otra ventana al mundo yemení es el hospital en el cual trabajamos. Los pacientes que llegan a él son los que tienen menos recursos, pues los que pueden permitírselo, acuden a los hospitales privados de la capital. En nuestro hospital tratamos casos muy diversos, pero si hay un departamento que se encuentre diariamente desbordado, es el de maternidad. Los métodos anticonceptivos son un verdadero tabú y la mujer no es tal si no está continuamente reproduciendo. Llegan también muchos casos de mordeduras de serpientes, lo que nos lleva a estar continuamente haciendo pedidos de anti-veneno. Por último, hay gran cantidad de heridos por accidentes de tráfico; Aquí van como locos! O deben ir, porque como digo, mis salidas son contadas.

Yemen sigue siendo un misterio para mi, lo cual tiene como aspecto positivo mi ganas por continuar trabajando en este país para, al mismo tiempo que trabajo, seguir levantando poco a poco el velo que me separa de él. Ánimo, me digo, aún me quedan cinco meses!

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I wanted to give me a little time before starting to write about Yemen, its people, its conflict (or rather, it conflicts), its culture ... But after a month and a half in this country, I have assumed that it can be a slow process.

Unlike in South Sudan, where I already complained for the lack of freedom, in this mission I don’t manage to get through the enormous physical and social barriers that surround me. Between our home and the office, where I spend most of my time, there are only 200 meters. A walk we do by foot and from which I can only take as entertainment, the progressive advance of a house under construction, which is right in the middle of the road.

It's funny how much detail can be rescued from something that in a normal context, would completely pass unnoticed: On one side there are the workers, mostly of African origin, which leads me to conclude that they occupy positions that require more physical effort, and I assume they are not the highest paid. Moreover, following a conflict which I explain below, I learned that within this urban chaos, it exists some unwritten order apparently understood by them, or not; It turns out that one afternoon after finishing work and when we wanted to return to our home, we were stopped because of a fight that was brewing around the building. Apparently the owner discreetly had expanded the area of ​​the plot, so that entering in a territory whose owner was another. And not content with that, they decided to look for an armed solution. Fortunately they ended up reaching a peaceful agreement, as they didn’t have to make use of violence and the construction continued until now its normal course.

Sometimes, to understand this country, I go to the reading of books, but there are not many. One of them, based on a true story, but written as a novel, reflects the life of girls who are forced to marry at an early age (around 10 years) with men much older than them. The case of the protagonist, as I read it, was very sounded in Yemen, as it was the first girl who appeared before a judge asking for divorce. However, when I ask my fellow Yemenis, some of which come from the capital, no one has heard of it. But not only that, but also most of them think that this will no longer happen in such a common way. Of course, the answer does not convince me, but I have no women around me with whom I can communicate to grant me the other version of the story.

I make use of Twitter, this wonderful social network in which one can get lost without effort, jumping from one user to another. Through it I discover a world of activists, including women, some emigrants, who read my profile (in which I mention my current residence) and contact me to show their curiosity. They invite me to their cities, their houses, to visit their country through them, and I can only squirm in my own frustration, as a little animal tied hand and foot. I want to see, I want to ask and to listen. The Yemen I know is that of men.

But beyond the perspectives of male/ female gender, there are aspects that can hardly go unnoticed and makes one realise about the human cruelty, or, for those who believe, lead to wonder that, if God exists, here it is conspicuous by its absence.

In the area where I am, an open war between Arabs and Yemenis develops, whose main result is not being another, as often happens, than the displacement of thousands of people who have nothing to do with it, leading them to live in subhuman conditions and to the oblivion of all. I learn about this world through the life of Waheed, my financial assistant, he himself displaced and whose infinite modesty fails to hide the horror of his reality.

My other window to the Yemeni world is the hospital in which we work. Patients who come to it are those with fewer resources, because those who can afford it go to private hospitals in the capital. In our hospital we treat very different cases, but if there is a department that is overwhelmed daily, is maternity. Contraception is a real taboo and women is not such if it is not continuously delivering. Also there are many cases of snakebites, which makes order anti-venom continuously. Finally, there are many injured by traffic accidents; here they drive like crazy! Or so it seems, because as I said, my trips are counted.


Yemen remains a mystery to me, which has as a positive side my desire to continue working in this country, so at the same time I work, I continue raising slowly the veil that separates me from it. Courage, I tell myself, I still have five months!

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