miércoles, 9 de agosto de 2017

La impredecibilidad en República Centroafricana…


Que la República Centroafricana es un país cuyo contexto es difícil de explicar, en su globalidad, está claro para cualquiera, incluso para aquellos que han vivido aquí un tiempo considerable. Pero cuando se intenta explicar a nivel local, el asunto se complica aún más.

Nosotros concretamente estamos en un entorno en el que “conviven” musulmanes y cristianos, pero entender este conflicto como una cuestión religiosa sería, de nuevo, una simplificación casi ofensiva. Al final, se trata de una cuestión de poder y control (de territorio, materias primas, recursos,…) por parte de grupos armados, los cuales están apoyados y subvencionados por unos países y otros. La cuestión de la religión resulta la excusa perfecta para reclutar en un bando y otro, reagrupar, y simplificar.

Pues bien, en un entorno tan hostil como éste, en el que existe un absoluto abandono desde el punto de vista burocrático, educacional, de seguridad…, las probabilidades de que uno de estos grupos armados haga uso de la fuerza para hacer notar su presencia y control, es obvia.

Ocurrió hace dos semanas, aunque la tensión era latente desde antes. El detonante fue el robo de unas motos por parte de uno de los grupos. Puede ser también que, aprovechando que acabábamos de pagar los salarios, se beneficiaran del caos que impera cada vez que hay ataques armados entre los grupos, para entrar en las casas y recolectar dinero fresco. Nunca lo sabremos. Lo que si supimos, y vivimos, fueron las consecuencias de este enfrentamiento: 34 muertos y miles de desplazados (desplazados locales, y desplazados de los ya desplazados de los campos de desplazados).

Todo esto ocurre en cuestión de horas. Por la mañana, comienzas a ver a mujeres con cubos llenos de pertenencias sobre la cabeza, seguidas de sus pequeños y dirigiéndose a algún lugar: al hospital, al compound de alguna ONG, o al bosque. Cualquier sitio fuera de sus hogares, pues lo más probable es que, si se desata el conflicto, les roben todo lo que tienen, les quemen las casas, violen a las mujeres y quizás, maten a alguno de sus miembros.

A veces, este desplazamiento puede ser simplemente una medida preventiva ante un rumor que se queda solo en eso, en un rumor. Pero en principio, es un indicativo de que algo puede estallar. Y eso fue lo que ocurrió.

No duró más de un día pero las consecuencias, de nuevo, permanecen durante semanas. Nuestro hospital, una semana después, sigue abarrotado de, sobretodo, mujeres y niños. 15.000 personas en total. Han construido de manera improvisada tiendas para que, cuando llueva (estamos en periodo de lluvias), no se les empape lo poco que tienen. Son plásticos que han podido recoger de algún lado, de alguna donación. El suelo se embarra, por lo que resulta imposible dormir. De pronto nuestro hospital se ha convertido en un campo de desplazados, donde las mujeres lavan la ropa y concinan, los hombres venden lo poco que han podido recoger del campo durante el día, los niños juegan tirados en el suelo….

Por nuestra parte, el reto está en mantener un mínimo de salubridad dentro del hospital, con el fin de evitar la propagación de enfermedades como el cólera o la rubeola (transmisibles a la velocidad del rayo cuando hay tales aglomeraciones de personas). Construir duchas y letrinas con el apoyo de otras organizaciones. Mantener un cierto orden dentro del compound para que, en caso de emergencia, los coches puedan circular. Proveer de agua a los desplazados. Aprovechar la aglomeración para vacunar a los menores.

Y esperar… esperar a que todo vuelva a la normalidad y la población se sienta segura de volver a sus hogares, pues en este tipo de situaciones, ya no son solo los grupos armados los que sacan provecho, sino también los propios locales, delincuentes, que aprovechando que las casas están vacías, roban todo lo que pueden y no tienen ningún reparo en utilizar la violencia.

Y así viven, día tras día, asumiendo lo que les ha tocado vivir, bajo la impredecibilidad y el abandono más absoluto.Y pocas esperanzas.

jueves, 4 de mayo de 2017

Mi primera incursión fuera de Batangafo


Nuestro proyecto consiste principalmente en hacer funcionar el hospital de Batangafo, pero no es lo único. Hasta hace un mes, teníamos además 5 clínicas de menor tamaño distribuidas en las comunidades que se encuentran a decenas de kms del hospital, de difícil acceso, con el fin de proveer servicios mínimos a su población. Sin embargo, hace poco se cambió la estrategia; actualmente solo existe una de esas clínicas, y en el resto de las comunidades donde trabajábamos, bien otras organizaciones han tomado el relevo o bien hemos cubierto la zona con personas que cumplirán la función de Agentes de Salud Comunitaria (ASC). Éstos ASC, procedentes de la misma comunidad, serán el punto focal para detectar los casos de malaria en embarazadas y niños de entre 0 y 15 años, es decir, la población más vulnerable,  durante el periodo conocido como “picpalú” (picos de incidencia de paludismo- malaria -entre los meses de julio y octubre), causa principal de mortalidad. A los ASC se les provee de medicamentos esenciales para tratar la malaria, y en los casos más graves, contactarán con el personal del hospital y referirán a éste los pacientes.

Pues bien, ayer acompañé a mi compañera para finalizar el reclutamiento de los ASC y para terminar de informar en las comunidades sobre esta nueva estrategia.
 
A primera hora de la mañana, no lejos del hospital, nos enfrentamos con el primer reto; cruzar un ancho río con los dos 4x4 en los que íbamos a adentrarnos en las comunidades. Normalmente existe un ferry con motor para tal fin, pero éste murió como consecuencia del abandono. Así que, aunque sigue existiendo y está “en pié”, para moverlo de una orilla a otra, un grupo de 15 chavales, tienen que tirar de él con unas cuerdas. Todo este proceso, desde que conseguimos subir los coches en el ferry hasta que alcanzamos el otro lado del río, llevó nada menos que una hora, durante la cual todas las “mamás” que estaban allí para lavar la ropa y los niños que las acompañaban, tuvieron un rato de entretenimiento fuera de lo corriente.  

 


Ya en marcha, tuvimos que hacer tres horas de trayecto por una carretera de tierra llena de baches, pero el paisaje era tan bonito que apenas notamos la distancia. A pesar de que aún no hemos entrado en el periodo de lluvias, todo era verde a nuestro alrededor. Intentaba imaginarme como sería aquello antes de que llegara la civilización. Probablemente habría más animales salvajes (nos contaba el conductor que ahora apenas se ven algunos cocodrilos e hipopótamos en el rio, más adentro), los hombres no llevarían puestas camisetas envejecidas de equipos de futbol europeos, ni las mujeres llevarían sandalias de plástico, pero por todo lo demás, imaginaba pocos cambios. En las aldeas por las que pasábamos, se veían niños a medio vestir, o sin nada de ropa, algunos con las barrigas hinchadas. Se veían hombres sentados en círculo bajo un árbol, en lo que parecía ser una reunión clave para la aldea. Aquí, los techos de todas las casas, eran de paja. Nos encontramos también con grupos de personas con síntomas evidentes de ebriedad, como consecuencia de una bebida alcohólica que fabrican ellos mismos, y que se puede oler a leguas. Pero lo que más me llamó la atención es la cantidad de niños con los que nos cruzábamos. Jamás he visto tantos en un espacio tan reducido, así que cuando gritaban al vernos pasar, el sonido se podía escuchar por un rato aun cuando dejábamos de verlos.

Cuando llegamos a la aldea en la que haríamos el último reclutamiento, toda la comunidad se acercó curiosa a nosotros. Por supuesto, también los niños. Aquí la tecnología no existe, y no hay redes telefónicas, por lo tanto, cualquier anuncio debe hacerse por medio del boca a boca. A la ida de nuestro trayecto, avisamos en la comunidad que pasaríamos a la vuelta a hacer las entrevistas (debíamos visitar varias comunidades antes). Les dimos los datos de las personas a las que queríamos entrevistar, cuyos nombres nos había facilitado previamente el jefe de la comunidad a modo de recomendación. Así que cuando llegamos, a la vuelta, ya estaban preparados. Los sentamos bajo un mango, en las sillas de plástico que teníamos en el coche. Algunos no sabían leer o escribir, algunos ni siquiera hablaban francés, así que necesitábamos un traductor.  Los test son básicos, simplemente para ver su capacidad de memorización, saber sumar y restas cifras simples, y algún ejercicio de lógica. En la entrevista, que hicimos inmediatamente después del test, buscábamos saber cuál era la posición de la persona en la comunidad, su aceptación, su manera de comunicar… Y al final, anunciábamos el resultado delante de toda la comunidad para asegurarnos que todos estaban contentos con la decisión. Esto es importante, pues si el ASC que va a apoyar a su propia comunidad facilitando medicamentos, no es aceptado, de poca ayuda servirá.

En el camino de vuelta nos cayó una tormenta que nos pareció agua bendita tras el calor que habíamos soportado durante todo el día. De nuevo ese olor a tierra mojada, y esa humedad intensa del agua evaporada tras tocar el suelo ardiente.

En la última comunidad en la que paramos, ya de vuelta, recogimos a una mujer que acababa de dar a luz en medio de la carretera. La chica iba en taxi-moto de camino al hospital cuando ésta se estropeó. Sin dudarlo, la montamos en el coche. El bebé todavía tenía el cordón umbilical, y la madre sangraba, pero ambos llegaron a salvo al hospital de Batangafo.

Lo de los taxi-motos es algo que no me deja de chocar. Cuándo pienso en los cuidados que se les exigen a las embarazadas de los países occidentales, sobre todo durante los últimos meses de embarazo… Pero estas motos son el único recurso para cualquier embarazada, o cualquier enfermo que necesite un cuidado más intensivo y de ellos dependemos para traer al hospital pacientes de los lugares más remotos.

Tras esta experiencia, por mucho que una la haya repetido varias veces, uno siempre vuelve a casa con la cabeza llena de interrogantes. Cuánto contraste.

jueves, 20 de abril de 2017

La Gran Vía de Batangafo…


Ya contaba anteriormente, sin muchos detalles, cuánto me gusta el camino de cinco minutos a pié que va de nuestro compound a la oficina. Se trata de un camino lleno de vida, y cuyo ambiente cambia enormemente según sea por la mañana o por la tarde, domingo o lunes, un día caluroso o lluvioso…

El camino es una carretera de tierra roja en línea recta que desemboca en un rio ancho y salvaje. A ambos lados de la misma se ven casitas de adobe con techos de paja o latón, según sea el nivel económico de la familia. Algunas están rodeadas por una valla de esterilla que fabrican ellos mismos, pero otras no, lo que permite curiosear en la vida familiar de su interior. También hay árboles, muchos, y todos preciosos. Los mangos crecen hacia arriba, son enormes. Cuando dan su fruto, resultan peligrosos pues la caída inesperada de éstos a tanta altura, llegan a hacer mucho daño al que se encuentre abajo. Esto pasa a menudo, sobre todo cuando la fruta ya está madura, así que la gente los evita. Salvo los más jóvenes, que se divierten subiéndose por  las ramas para recogerlos (lo cual lleva a un incremento de visitas al hospital debido a huesos rotos como consecuencia de las caídas). También se diseñan artilugios dignos de ser patentados; unas ramas larguísimas, enlazadas, para alcanzar el fruto y forzar su caída, con la mirada expectante de un montón de chavales alrededor. Pero cuando el árbol está libre de su fruta, a partir de abril, entonces el mango es el mejor árbol para refugiarse de la calurosa intensidad del sol, y donde la vida se desarrolla pacíficamente… Aquí y allí se ven, bajo su sombra, a unas mujeres vendiendo comida, señores mayores charlando, bebés durmiendo sobre una esterilla, a unos chicos jugando, a las abuelas observando la gente pasar…

Pero como decía, todo este paisaje cambia según el momento del día. Por ejemplo, por la mañana bien temprano, a eso de las 7h, se ven a los chavales de entre 5 y 10 años que van de camino al colegio. Llevan una pizarrita en sus manos que les sirve como cuaderno. Algunos llevan también una banqueta, para tener donde sentarse una vez lleguen a la escuela. Esto da una idea de las condiciones estructurales de los colegios, y me acuerdo de los que visité en Sudán del Sur. Con estos chavales es más fácil intercambiar algunas palabras en francés, que se ve que aprenden allí y están ansiosos por practicarlo. Yo entonces aprovecho para preguntarles un montón de cosas.

Es también solo por la mañana que se ven animales, principalmente cabras, cerdos o vacas (o una variedad de las mismas que nunca antes había visto). Estos animales parecen ir por libre, pero la realidad es que tienen sus dueños y que su pastoreo es uno de los principales motivos de conflicto en el país. La mayoría de los ganaderos son nómadas. Vienen de las secas regiones del norte (incluso de Chad o Sudán) y se van desplazando hacia el sur, más verde y lluvioso, para alimentarlos, hasta que la época de lluvias comienza en el norte y pueden realizar el camino de vuelta. Esto crea un tenso enfrentamiento con los agricultores, que ven sus cosechas invadidas sin ningún tipo de respeto, y que por tanto luchan para protegerlas.

Volviendo a la Gran Via de Batangafo, temprano por la mañana, la gente también aprovecha para trabajar. Los jóvenes con los taxi-motos, transportan a unos y otros a diferentes puntos de la zona, los agricultores van al campo, las mujeres recogen agua del rio o de los puntos habilitados para ello y cargan con enormes barriles sobre sus cabezas, las chicas montan sus puestos de comida… Pero al medio día el ambiente cambia completamente. Con el calor, el movimiento se reduce, solo se ve gente, como decía, tumbada bajo los mangos, durmiendo, charlando,…

Y por la tarde, cuando el sol comienza a ponerse, la carretera vuelve a llenarse de vida, de una manera todavía más intensa que por la mañana, pues ya todos han terminado de trabajar y los chiquillos han terminado el colegio. Algunos aprovechan para arreglar sus techos de paja, así que se les ve subidos a escaleras de madera apoyados sobre la pared y haciendo malabarismos para no caerse. Los jóvenes vuelven de jugar al futbol, los pequeños inventan juegos con lo que encuentran alrededor, las madres lavan a los más bebés en cubos de agua, otros se sientan alrededor de una mesa de madera para beber y charlar… Y a nuestro paso, todo el mundo nos grita “Bonjour” o “ça va?”. 

Son nuestros vecinos y gracias a ellos, entro en la oficina y en casa cada día, con una enorme sonrisa en la cara.

miércoles, 19 de abril de 2017

Retos…


Aunque soy responsable del departamento financiero y de recursos humanos del proyecto, éste último absorbe el 80% de mi tiempo, lo que me complace enormemente. Es gracias a este rol que tengo un contacto más directo con el personal médico, el de logística, los limpiadores y los cocineros, en total casi 200 empleados.

Somos una organización médica, pero nuestras actividades no podrían desarrollarse si no contáramos con un equipo motivado y bien formado en todos los departamentos. Cada uno de ellos es clave para alcanzar el objetivo de asistir a la población desde el punto de vista sanitario. Los logistas hacen posible que todos los materiales necesarios (electricidad, maquinaria, muebles, estructuras, acceso al agua,…) existan y sean funcionales, que los suministros lleguen a tiempo y que todos los movimientos dentro y fuera de Batangafo estén coordinados y sean seguros. El equipo de administración es más pequeño, pero igualmente clave pues es el que paga los salarios, organiza formaciones, supervisa los procedimientos y atiende a las demandas de los trabajadores.

La gestión de los recursos humanos del departamento medical, aunque no trabaje tan directamente con ellos como lo hago con los logistas, me da una idea y ayuda a comprender los enormes retos a los que se enfrenta este país en términos de trabajadores de la salud.

En RCA falta personal sanitario con títulos superiores (médicos, cirujanos, anestesistas…). También parteras. En el caso de los primeros, hay dos motivos principales. Por un lado, existen pocos licenciados en este campo, y los pocos que hay, bien se han ido a trabajar fuera, bien han creado su propio centro de consultas privado en la capital, o bien están rifados por las ONGs que trabajan en el país. Actualmente, y por motivos económicos, no existen funcionarios médicos, es decir, médicos que estén siendo empleados por el gobierno y que por tanto, presten un servicio público. Si los hubiera, los pocos médicos que se quedan en el país, optarían por ellos, pues al parecer las condiciones salariales superan con creces al de las ONGs. 

En el caso de las parteras, el gobierno sí que ha abierto recientemente un gran número de puestos públicos, lo cual ha tenido un impacto negativo en nuestro hospital (recuerdo que somos el único centro médico de la zona y que existe un campo de 25.000 desplazados donde las condiciones de vida están lejos de ser satisfactorias) pues nos hemos visto privados de la noche a la mañana de candidatos que puedan cubrir esta necesidad urgente. Aunque nuestra organización trabaja, siempre que puede, en colaboración con el gobierno y los hospitales se gestionan conjuntamente, no parece que a corto plazo nos vayamos a beneficiar de esta medida, lo que nos ha llevado a abrir puestos de menor nivel, como el de matrona, limitando la calidad de nuestro servicio. Esto, en un país donde el índice de fecundidad (número medio de hijos por mujer) es de 4.29, nos sitúa en una situación poco deseable.

Otro problema al que nos enfrentamos en términos de recursos humanos es el de la corrupción. Este punto es clave especialmente en dos departamentos; el financiero y el farmacéutico. El primero tiene más fácil solución, pues las medidas a tomar son las de un control más exhaustivo de los procedimientos de pago, los comprobantes y las validaciones, las cuales pasan siempre por el personal expatriado. El control de la farmacia es, sin embargo, un reto de más difícil solución. Vista la falta de accesibilidad a medicamentos por parte de la población, el tráfico de los mismos puede reportar grandes beneficios a quien se haga con ellos. Existe obviamente un inventario, supervisado regularmente por personal expatriado, pero dadas las numerosas consultas que existen en el hospital, gestionadas por nacionales, y la gestión de la propia farmacia, en la que empleamos a personal nacional, asegurar un control absoluto es misión imposible.

Así que los retos son múltiples, pero no imposibles, y por eso este trabajo resulta tan gratificante… cuando se consiguen superar esos retos…

miércoles, 12 de abril de 2017

Al límite


Una mañana, durante el desayuno, hablaba con uno de mis compañeros sobre nuestra calidad de vida durante las misiones. La conversación surgió a raíz de una fiesta que queremos organizar el próximo sábado en nuestro compound, para salir de la rutina y desconectar de lo profesional, el cual ocupa casi el 90% de nuestro tiempo. A dicha fiesta invitaremos a los expatriados de otras organizaciones vecinas, con la generosa intención de compartir, abrirnos y conocer a otros que se encuentran en la misma situación que nosotros. Pero, y que quede entre nosotros…, el invitarlos nos reporta además un beneficio material de incalculable valor, y es que los recursos alimenticios y alcohólicos con los que cuentan, despiertan nuestra envidia de manera casi vergonzosa. Al invitarlos, éstos llegan a nosotros.

Recuerdo cuando, estando de misión en Yambio, Sudán del Sur, mi amiga Ania, la cual trabajaba para una organización financiada para USAID, aparecía con botellas de Ginebra, licores y delicias culinarias varias que nos hacían parecer niños en medio de una fábrica de chocolate. Ir a casa de Ania era ya un festejo en sí. Cuando sus invitados (de otras organizaciones) aparecían con los aperitivos, nos teníamos que meter las manos en el bolsillo y salir de la habitación hasta que la fiesta se considerara oficialmente inaugurada, pues aquellos manjares nos eclipsaban hasta el punto de hacernos perder toda compostura.

No es que exista un documento escrito sobre la austeridad en nuestras misiones, es decir, algo que diga que nuestras condiciones de vida serán de tal o tal manera. Simplemente muchos, cuando aceptamos esta profesión, asumimos que todo lo demás viene en el paquete. Puedo poner mil ejemplos, pero por empezar con alguno, nuestros 4x4 tienen un sistema de aire acondicionado que nada tiene que envidiar a cualquier coche de alta gama, pero aunque estemos a 40 grados de temperatura y sudemos ríos de agua, nosotros, en lugar de ponerlo en marcha, vamos con las ventanillas bajadas. Esto me lo remarcó una chica de otra organización para que supiera de la compasión que despertamos, al parecer, entre sus colegas de trabajo. A mí me hizo gracia, la verdad, porque nunca había pensado en ello.

Otro ejemplo, llevamos 10 años con el proyecto de Batangafo, con base en el mismo compound. Sin embargo, los servicios que se encuentran fuera de la casa principal consisten aún en un agujero en el suelo rodeado de cuatro paredes. Obviamente, no es que no existan retretes en el país o proveedores que los distribuyan. Se trata simplemente de una austeridad casi autoimpuesta. Suele pasar que cuando llegas a una misión, detectas un montón de detalles a mejorar en términos de salubridad y servicios. Pero a medida que pasan los días y las semanas, si éstos no han sido atendidos en el corto plazo, acaban diluyéndose de tal manera que hasta el colchón en el que te levantas cada mañana como si fueras jamón de sándwich, te parece cómodo. 

Influye también, y mucho,  las misiones que hayas hecho antes. Es decir, si vienes de una misión en la que, por ejemplo, no has salido prácticamente de cuatro paredes, como me ocurrió en Yemen, por muchas comodidades que tuvieras, cuando llegas a otra donde el contexto te permite disfrutar al aire libre, tener los muebles de la habitación con una fina capa de tierra a causa de dejar las ventanas abiertas, es un mal menor.

Lo que sí nos limita es el presupuesto. Éste viene determinado por las necesidades reales de la población a la cual atendemos y por supuesto, por el número de donantes que contribuyen a realizar nuestro trabajo. En este sentido, podemos dormir con la consciencia tranquila y expresar abiertamente que no vivimos por encima de nuestras posibilidades.