martes, 4 de diciembre de 2018

Repetimos Historia? / Should we repeat History? (In English below)

Normalmente escribo sobre temas que me entretienen o me preocupan. Normalmente, éstos están relacionados con el lugar donde me encuentro, por la cantidad de novedades que llaman mi atención.

Sin embargo, estando en Sudan, lo que más me ha chocado después de varias semanas, ha sido la noticia de que en mi Comunidad Autónoma, Andalucía, un partido de extrema derecha, ha conseguido representación en el parlamento, con nada menos que 6 escaños.

Durante mi período laboral en Bruselas, trabajando para una organización que promovía los derechos sexuales y reproductivos entre parlamentarios de todos los rincones del mundo, empecé a ser consciente de la presencia que la extrema derecha iba ganando en diferentes países, pero sobre todo en Europa. Sin embargo, por aquel entonces, aunque me preocupaba, lo veía como algo muy lejano. A veces pensaba incluso que mi jefe estaba simplemente obsesionado con ellos, y por eso veía el panorama tan negativo.

Han pasado más de tres años desde que dejé aquella organización, y ya sin esa nube pesimista sobre mi cabeza ni estudios de investigación al respecto, he observado los acontecimientos del continente Europeo, de una manera más o menos pasiva. Hasta que los hechos explotaron ayer frente a mí, llevándome a reflexionar sobre los último años.

El Brexit (consecuencia, entre otros, del rechazo a la inmigración), los gobiernos de extrema derecha en países como Austria, Hungría o Italia (que ya tuvieron un gran peso “Nazi” durante la IIGM), la presencia de éstos en los gobiernos de Polonia, Bélgica, Francia, Dinamarca, Finlandia,… la normalización de comentarios racistas entre Presidentes con gran impacto internacional como el de Estados Unidos, la vuelta de los movimientos y diálogos nazis en Alemania,…

Todo esto, me trae a la memoria unos de los libros que más he disfrutado, pero también entristecido, “El mundo de ayer”, de Stefan Zweig. Recuerdo especialmente las páginas que describían el ambiente antes de que estallara la guerra, en el que mucha gente no tomaba en serio la amenaza que acechaba el continente, y los comentarios xenófobos eran tomados casi como burla.

Ahora, en un mundo en el que hay tanta comunicación, tanto acceso a la información, cualquiera podría pensar que pasar por algo parecido sería impensable, sin embargo, los hechos mencionados arriba, demuestran una vez más que la raza humana no es de las más inteligentes, y que bajo excusas insostenibles, faltas de razonamiento lógico, somos capaces de exponernos a hechos como los ya sufridos  y con consecuencias desastrosas. Quizás porque tomamos decisiones a la ligera, sin pensar en el impacto que nuestro vocabulario y nuestras acciones en las urnas, pueden tener en la sociedad y en el medio-largo plazo.

He trabajado en países en guerra, donde esta forma de acción es común. Pero en estos países, el acceso a la información y a la educación es inversamente proporcional al acceso a las armas.
No somos una raza superior, ni más inteligente que aquellos que vienen de los continentes que nos rodean, y estos resultados lo demuestran.

Como leí en un artículo publicado hoy en The Guardian, “No tememos a Amanecer Dorado (movimiento de extrema derecha), solo tenemos que educarlos”. Espero que la energía y la gente para hacerlo, sea lo suficientemente fuerte.

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I usually write about topics that entertain me or worry me. Normally, these are related to the place where I am, due to the amount of news that catches my attention.

However, being in Sudan, what has most struck me after several weeks, has been the news that in my Autonomous Community, Andalusia, a far-right party, has achieved representation in parliament, with no less than 6 seats .

During my working period in Brussels, working for an organization that promoted sexual and reproductive rights among parliamentarians from all corners of the world, I began to be aware of the presence that the extreme right movement was winning in different countries, but especially in Europe. However, back then, although I was worried, I saw it as something very far away. Sometimes I even thought that my boss was just obsessed with them, and that that was why he saw the picture so negative.

It has been more than three years since I left that organization, and without that pessimistic cloud on my head or access to research studies on the matter, I have observed the events of the European continent, in a more or less passive way, until the facts exploded yesterday in front of me, leading me to reflect on the last years.

The Brexit (as consequence, among others, of the rejection to the immigration), the governments of extreme right in countries like Austria, Hungary or Italy (that already had a great "Nazi" weight during the IIGM), the presence of these in the governments from Poland, Belgium, France, Denmark, Finland, ... the normalization of racist comments between Presidents with great international impact such as the United States, the return of Nazi movements and dialogue in Germany,...

All this brings to my mind one of the books that I have enjoyed the most, but that also saddened me, "The world of yesterday", by Stefan Zweig. I remember especially the pages that described the environment before the war broke out, in which many people did not take seriously the threat over the continent, and the xenophobic comments were taken almost as a joke.

Now, in a world where there is so much communication, so much access to information, anyone could think that going through something similar would be unthinkable, however, the facts mentioned above show once again that the human race is not the most intelligent one, and that under unsustainable excuses, lacking logical reasoning, we are able to expose ourselves to facts like those already suffered and with disastrous consequences. Perhaps because we make decisions lightly, without thinking about the impact that our vocabulary and our actions at the polls can have on society and in the medium-long term.

I have worked in countries at war, where this form of action is common. But in these countries, access to information and education is inversely proportional to access to weapons. We are not a superior race, nor more intelligent than those that come from the continents that surround us, and these results prove it.

As I read in an article published today in The Guardian, "We do not fear Golden Dawn (extreme right movement); we just have to educate them." I hope the energy and the people to do so, are strong enough.



lunes, 3 de septiembre de 2018

North Darfour

Darfur se divide en tres regiones: Norte, Sur y Oeste. Nosotros estamos en la región del Norte, o North Darfour (frontera con Libia y Chad) y esto es porque los fuertes conflictos internos que se producían hasta hace un año, llevaron a miles de personas a abandonar sus hogares en busca de un lugar más seguro, pero donde raramente encontraban unos servicios mínimos, como centros de salud.

En Sudan, como en la mayoría de los países africanos, hay infinitas tribus. Éstas ya estaban ahí antes de que los occidentales, regla en mano, crearan países basándose en caprichos solo comprensibles para ellos. Por este motivo, puede haber una tribu que esté presente en Sudan, Chad y República Centroafricana al mismo tiempo, pero que según dónde se encuentre, será considerado o no un extranjero. Ellos no entienden de fronteras, sino de tierras. Esto, junto al hallazgo de recursos naturales, a los diferentes modo de explotación, al aprovisionamiento de armas, y al apoyo de diferentes poderes, crean en su conjunto un polvorín, que es el que salta por los aires de tiempo en tiempo, llevando a su población, en su mayoría inocente, a buscar refugio.

Pero no todo son noticias negativas, y es que en esta pequeña aldea donde me encuentro ahora, y en la que llevamos trabajando desde 2012, la situación de estabilidad, sumado a los recursos que hemos invertido en el hospital y a la capacidad y esfuerzo de la propia población, son ahora lo suficientemente consistentes para que puedan seguir adelante de manera autónoma y sin necesidad de nuestro apoyo.

Por mi parte, me puedo sentir afortunada de estar aquí antes del cierre del proyecto, y tener así una excusa para conocer otras facetas de este país que tanto cambia de un lugar a otro. En mi primera visita me di un largo paseo atravesando la aldea en la cual tenemos la base y el Hospital. No me podía imaginar lo que me contaban mis compañeros nacionales, esto es, que hace solo dos años en este mismo pueblo se vivían enfrentamientos armados como aquellos de Batangafo (República Centroafricana). No me lo podía imaginar porque actualmente se respira una paz tal que sus habitantes parecen haber salido todos de una sesión de meditación intensiva, y en las calles, repletas de gente sobre todo al atardecer, cuando el sol afloja, se ven hombres caminando pausadamente, niños jugando a la pelota, mujeres sentadas en las puertas de sus casas viendo a la gente pasar, comerciantes volviendo a casa con sus burros y los productos no vendidos….


 Mi primera parada la hice en el mercado, por lo general un lugar bastante divertido y en el que todos los países coinciden por ser en parte el reflejo de su sociedad, cultura, tradiciones y economía. Me contaban que, según la época del año, uno puede encontrarse este mercado completamente vacío o, por el contrario, rebosando de frutas y verduras. Este cambio va directamente relacionado con color de los campos que nos rodean, que pasan del marrón al verde de una forma espectacular.

Dentro del propio mercado, un conjunto de banquetas y mesas bajas de madera, situadas debajo de un árbol inmenso de ramas infinitas al que llaman Mayo Tree, conforman cada tarde un ambiente que nada tiene que envidiarle a la Plaza de El Salvador de Sevilla o La Latina de Madrid, eso sí, guardando las distancias, pues aquí no se vende alcohol, y tampoco hay mujeres, salvo las que venden el té de hobisco. Uno viene aquí a charlar con sus amigos mientras toma un café o un té, como lo haría en cualquier bar europeo que se precie. El único elemento discordante es la presencia de militares, armados hasta las trancas y con caras de pocos amigos, que no ven al parecer ningún inconveniente en tomarse el té mientras sacan brillo a sus kalasnikovs. Dicen que están ahí para mantener la paz, y que han formado parte de un proceso de desarmamento. Pero a mí me transmiten poca confianza.


Una de las curiosidades del mercado, son esos chicos que se sientan delante de sus ordenadores, pegados a unos altavoces semi-destruidos por el polvo y el tiempo, y a través de los cuales emiten la música disponible para su venta a aquellos que cuenten con un pen-drive. Me pregunto cómo consiguen descargarse esa música teniendo en cuenta la limitación tecnológica que nos rodea.

En el otro extremo hay unos chicos que llevan una carretilla, haciendo las veces de puesto itinerante y cuyas decenas de enchufes, ordenadamente instalados, sirven para cargar las baterías telefónicas de aquellos que tiene la suerte de poseer un teléfono móvil, pero no acceso a electricidad. Dime necesidad, y encontrarás un negocio…

Un espectáculo que me perderé con gran pena es el de la venta de burros. Éste tiene lugar los domingos, y debido al alto número de personas que se conglomera para tal evento, las probabilidades de que desate una pelea también lo es, y por tanto, tenemos prohibido acudir. Nunca había visto tantos burros como he visto en este país, y más concretamente en esta zona. Por poner un ejemplo de la magnitud de su presencia, por las mañanas, en cualquier otro proyecto, me vería despertándome por el común y conocido sonido del gallo, sin embargo aquí es el burro el que da la noche (literalmente). Y hasta a eso se acaba uno acostumbrando.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Sudan

Escribo esto a modo de carta para todos/as los/as que me seguís y os despierta un poco la curiosidad de lo que ocurre en este lado del mundo…

Khartoum

Estoy en Sudan, que no es Sudan del Sur (donde hice mi primera misión). Sudan y Sudan del Sur eran un solo país hasta 2011. Entonces, Sudan de Sur se separó de Sudan, por muchos y complicados motivos.  Los más destacados: diferentes religiones (al norte, musulmanes, al sur cristianos y otros), diferentes idiomas (al norte, árabe, al sur, árabe, pero también otras muchas lenguas locales), y diferentes culturas, mucho más complejo de explicar. 

No conocía Sudan, y ahora veo las enormes diferencias con sus vecinos del sur. A primera vista, Sudan parece mucho más desarrollado, lo que me lleva a entender que cuando se trataba de un solo país, y Jartum era la capital de ambos, probablemente el sur era una zona mucho más abandonada por este gobierno centralista y privilegiado, que miraba más hacia sus amigos musulmanes. 

Pero como digo, todo es mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Y ni Sudán del Sur encontró la paz tras la independencia (conflictos internos, luchas de poder,…), ni tampoco Sudán se deshizo de sus históricos conflictos dentro del propio país. Conflictos que me recuerdan a los de otros países africanos como República Centroafricana, y cuya base se encuentra en el control de territorios para su uso ganadero o agrícola o para la explotación de recursos naturales. 

Dentro de Sudán, trabajamos en dos regiones diferentes. Por un lado esta lo que se conoce como White Nile, al sur de Sudan, frontera con Sudan del Sur, y cuyo nombre procede del hecho que el Nilo (el que nace en Uganda) atraviesa la región de Norte a Sur. Nuestra intervención aquí es relevante en cuando que ofrecemos asistencia sanitaria a los refugiados procedentes de Sudan del Sur que huyen de su país por los conflictos internos (paradojas de la vida, vuelven al país del cual se separaron). Por otro lado está Darfour, al oeste de Sudan, frontera con Chad, más al oeste, y con Libia y Egipto, al norte. El motivo por el que estamos aquí presentes son los miles de desplazados internos que se han visto viviendo en una zona originalmente despoblada, o semi- despoblada, y que huyen de sus hogares por los enfrentamientos con otras etnias. 

Mi base es Jartum (la capital de Sudan), pero durante un año tendré la oportunidad de moverme también entre White Nile y Darfour.  También iré a Nairobi, durante un mes, cada dos meses, para renovar mi visa. 

 Jartum me impresionó positivamente desde la primera vez que puse mis pies en su aeropuerto (los aeropuertos suelen ser un indicador importante). Esta impresión quizás se deba a la comparación que hago con las capitales de anteriores misiones por las que he pasado (Juba, Bangui, Sanaa…), pero lo cierto es que aquí uno tiene opciones: Salir a correr al estadio olímpico, tener una tarjeta telefónica para estar conectado a internet sin necesidad de wifi, restaurantes, pasear por las calles incluso aunque sea de noche, visitar un museo, comprar una gran variedad de productos en supermercados cuyos suelos brillan hasta el dolor, tomarse un zumo de menta y limón frente al Nilo,…. 

Cierto es que las infraestructuras dejan mucho que desear. El estadio olímpico, por ejemplo, más bien se convierte en una piscina olímpica cuando caen chaparrones inesperados, y uno tiene que tener cuidado de dónde pisa si no quiere acabar la carrera en un hospital. Pero por lo demás, resulta bastante exótico verse haciendo deporte al exterior, en la capital de un país donde las mujeres deben ir cubiertas con velo, y rodeada de edificios altos, modernos pero con un estado de decadencia destacable.

Por otro lado, aunque en los supermercados uno encuentra de todo, la limitación se encuentra en el bolsillo. Por ejemplo, un bote de crema hidratante para el cuerpo que en Europa costaría una media de 3 euros, aquí no lo encuentras por menos de 12 euros. Es por ello que estos locales están prácticamente vacíos y son solo accesibles a unos poco sudaneses privilegiados, u occidentales con salarios de Naciones Unidas (entre los cuales no me encuentro).

Restaurantes hay muchos, aunque aún no he probado aquel en el que venden al parecer un pescado (del Nilo) que hace las delicias de los más esquisitos, pero cuya calidad también se paga... Entre mis restaurantes preferidos está el Ozone. Uno entra en su jardín y parece estar en cualquier sitio menos en un país que requiere la presencia de nuestra organización. Árboles enormes pueblan el jardín, impidiendo ver los feos edificios que lo rodean, unos aparatos que desprenden agua vaporosa refrescan el ambiente y los numerosos camareros uniformados de blanco corren de un lado a otro sirviendo ricas ensaladas y helados variados, como aquel hecho a base de dátiles. Es un lugar variopinto y, según la hora del día, y el día de la semana, se pueden ver sudaneses de clase alta con sus familias, o mujeres sudanesas  más modernas con sus amigas, turistas occidentales que han venido a disfrutar las maravillas del desierto y sus pirámides, trabajadores de organizaciones internacionales, y también un círculo de gente joven, estudiantes, africanos y nacionales, con un toque artístico, que imagino son los que hacen “ruido” cuando alguna injusticia se produce en el país. 

Lo único que puede llegar a hacer insoportable la vida en esta ciudad es su calor y eso que ahora es la época de lluvias. No me quiero imaginar cómo será durante los meses de mayo y junio…

martes, 17 de abril de 2018

El jardinero (The gardener)


De todas las personas que trabajan con o para nosotros, hay uno que despierta especialmente mi más profunda admiración, Mohamed.

No lo veo relacionarse con otras personas, y jamás he intercambiado una palabra con él más allá de los buenos días. Imagino que tiene 80 años. Quizás menos, no lo sé, pero son los que aparenta. Lleva un pequeño aparato en el oído derecho, para oír mejor, y siempre va con un turbante cubriéndole la cabeza. Su cuerpo, enjuto, parece pesarle como si cada año vivido fuera un kilo sobre sus espaldas. Arrastra los pies. Camina encorvado, y sus movimientos son lentos como el de las gruesas montañas que rodean Sanaa.

Pero la dedicación que muestra hacia cada una de las plantas, flores y árboles que decoran el patio de nuestra oficina, como si fueran sus propias criaturas, y la delicadeza con la que las trata, me conmueve hasta la ternura. Parece como si les hablara, o las oyera. Las mira, y parece mirar hasta en lo más profundo de sus venas. Las toca, siempre con mucho cuidado. A su paso por una de ellas, se detiene, siempre pausado, arranca una hoja seca aquí, observa otra, de la cual quizás solo sacrifica su punta, para evitar mayor daño, o desarmonía. Coloca una rama allá, despeja las hojas ya caídas, toca con sus manos descubiertas la tierra, para medir la cantidad de agua precisa que requieren, para no excederse siquiera en una gota.

Mohamed es el tipo de persona con la que a uno le gustaría sentarse en uno de esos sofás a ras del suelo en un salón con vidrieras de colores y con una jarra de té cerca. Cada una de las arrugas que cubren su envejecido rostro parece contar una experiencia personal o un acontecimiento, toda una vida en un país de profunda historia y cultura, pero también de conflictos tribales, revoluciones e invasiones.

Cuando lo miro, no puedo evitar imaginar que su extrema dedicación a estas plantas se debe a su necesidad de dar la espalda de una vez por todas a una vida que no le ha sido fácil, como si ya solo estos seres vivos, pero mudos, fueran los únicos capaces de aportarle una paz anhelada desde hace años, una paz que le permita cerrar el capítulo de su vida de la misma manera que caen las hojas de los árboles con el paso de una brisa. 

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Of all the people who work with or for us, there is one that especially awakens my deepest admiration, Mohamed.

I do not see him relate to other people, and I've never exchanged a word with him beyond a good morning. I imagine he is 80 years old. Maybe less, I do not know, but that’s what he looks like. He carries a small device in his right ear, to hear better, and always goes with a turban covering his head. His body seems to weigh him as if every year he lived was a kilo on his back. He drags his feet. He walks stooped, and his movements are slow like that of the thick mountains that surround Sanaa.

But the dedication he shows to each one of the plants, flowers and trees that decorate the patio of our office, as if they were his own creatures, and the delicacy with which he treats them, moves me to tenderness. It seems as if he speaks to them, or hears them. He looks at them, and he seems to look deep into their veins. He touches them, always very carefully. As he passes through one of them, he stops, always paused, plucks a dry leaf here, observes another one, of which perhaps he only sacrifices its tip, to avoid further damage, or disharmony. He place a branch there, clear the fallen leaves, touch the soil with his bare hands, to measure the precise amount of water they require, not to exceed even a drop.

Mohamed is the kind of person with whom one would like to sit on one of those sofas on the floor of a room with stained glass windows and a jar of tea nearby. Each one of the wrinkles that cover his aged face seems to tell a personal experience or an event, a whole life in a country of deep history and culture, but also of tribal conflicts, revolutions and invasions.

When I look at him, I cannot help but imagine that his extreme dedication to these plants is due to his need to turn his back once and for all to a life that has not been easy for him, as if only these living beings, but mute, were the only ones capable of bringing him a long-awaited peace, a peace that allows him to close the chapter of his life in the same way that the leaves of the trees fall with the passage of a breeze.

sábado, 24 de marzo de 2018

Como conocer un país encerrada entre cuatro paredes (How to know a country when you are enclosed by four walls)

* Translated into English below
 
Dado el contexto de inseguridad en el que desarrollamos nuestras actividades, nos resulta prácticamente imposible salir de nuestro lugar de trabajo. Al estar ahora basada en la capital, hacer “excursiones” resulta aún más complicado, pues no hay siquiera un hospital al que visitar. Así que salvo que hagamos visitas a los proyectos del terreno, nuestros movimientos se limitan al trayecto de la casa a la oficina (y vuelta), ambas en la misma calle y una frente a otra.

 Hay excepciones, y a veces podemos ir al supermercado, o a comer a un restaurante. Como esto sucede en contadas ocasiones, llegado el momento, todos tus sentidos se activan hasta el extremo, para poder captar lo máximo posible de información y procesarla con el fin de tener una imagen más precisa del país. Por ejemplo, una de las cosas que llaman la atención es que en los restaurantes, hombres y mujeres se sientan en habitaciones separadas, de esta manera la mujer se puede quitar el velo sin ser vista por los hombres. Sin embargo, cuando se trata de una familia mixta, entonces hay otros lugares, que son tapados con mamparas para que la mujer, de nuevo, pueda deshacerse de su velo. Así que de ningún modo verás a una mujer destapada y visible para el público, salvo que seas mujer.

Los supermercados son otra historia. Ya de entrada no se ve a mucha gente, pero se ve. Según el supermercado, puedes encontrar más o menos productos. En algunos encuentras absolutamente de todo y la mayoría de los productos proceden de Arabia Saudí, el país que, al mismo tiempo, les bombardea. En algunos supermercados hay una segunda planta con tiendas de ropa. Las tiendas de las mujeres venden ropa interior que bien podrían servir para una película pornográfica. Todo un mundo el que hay más allá de las abayas... También se ven vestidos de boda, ideales como vestuario de una película de Walt Disney. Estas tiendas sí que están vacías, quizás porque son demasiado lujosas para el público que queda en Yemen desde que comenzó la guerra, en 2015.

Así que, en la mayoría de los casos, mis ojos en este país, son los trabajadores nacionales. Es a través de ellos, ya sea por motivos personales o profesionales, que aprendo muchas cosas sobre la sociedad, las costumbres y la cultura. La mayoría son historias duras. Entre ellas, las que más me chocan son las relacionadas con las mujeres. El otro día me hablaban de una chica a la que acosaba uno de los porteros del hospital. Al rechazarle ella, el portero se hizo con una foto de su perfil, con la cara descubierta, y la colgó en Facebook. Esto supone una gran ofensa para la mujer, que precisamente va cubierta con el velo para que nadie pueda verle el rostro. El caso llegó a juicio, y el portero acabó en prisión. A pesar de todo, la sociedad la castigó a ella, y la presionaron para que se casara con el hombre, ya que la consideraban culpable de que él estuviera en la cárcel.

Otra historia entristecedora es la de las niñas. No es extraño recibir en el hospital madres con sus hijas de 6 ó 7 años, que piden un informe que confirme que éstas son vírgenes. Temen que hayan abusado de ellas, y si no lo son, difícilmente podrán casarlas.


Los casos de abusos sexuales se dan aquí como en cualquier otro lugar, sin embargo, las medidas que protegen a la mujer son prácticamente inexistentes. Que una mujer haya sufrido abuso sexual es una ofensa no tanto por ella misma, sino sobre todo de cara a la sociedad y a su propia familia, que la culpará a ella de ser la causante de dicho abuso. A no ser que más de tres mujeres acusen al mismo abusador, estas mujeres no podrán contar con ninguna medida de protección, salvo el silencio que se les impondrá.

Pero también hay historias bonitas, aquellas en las que chico y chica se conocen más allá de las barreras familiares, se enamoran y se casan. Fue el caso de Nadia y Salim, que se conocieron en la universidad en Adén. La familia de ella vive en Arabia Saudí, y cuando informó a su familia que se casaría con Salim, los padres pidieron al chico una dote de 2 millones de YER (unos 7 mil euros). Al pobre Salim le entraron tales calores que estuvo enfermo durante algún tiempo. Finalmente llegaron a un acuerdo y redujeron la dote a la mitad. Ahora están casados y el dinero lo guarda el padre, me contó ella, para que no se gaste innecesariamente.

Sin embargo, los matrimonios de libre elección son excepciones pues Yemen está entre los países con una mayor tasa de matrimonio infantil. La guerra y consecuente falta de recursos, no ha hecho más que favorecer su incremento, ya que la dote resulta un aporte económico importante para las familias.

Si todo esto, yo que estoy en Yemen, no llego a verlo, que difícil es que llegue más allá...

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Given the context of insecurity in which we develop our activities, it is practically impossible for us to leave our workplace. Being now based in the capital, “going out” is even more complicated, since there is not even a hospital to visit. So unless we make visits to the projects in the field, our movements are limited to the journey from the house to the office (and back), both on the same street and facing each other.

There are exceptions, and sometimes we can go to the supermarket, or eat at a restaurant. As this happens on rare occasions, when the time comes, all your senses are activated to the extreme, to capture as much information as possible and process it in order to have a more accurate picture of the country. For example, one of the things that draw my attention is that in restaurants, men and women sit in separate rooms. This way the woman can remove the veil without being seen by men. However, when it comes to a mixed family, then there are other places, which are surounded by screens so that the woman, again, can get rid of her veil. So in no way will you see a woman uncovered and visible to the public, unless you are a woman.

The supermarkets are another story. First, you do not see many people inside. Depending on the supermarket, you can find more or less products. In some you find absolutely everything and most of the products come from Saudi Arabia, the country that, at the same time, bombards them. In some supermarkets there is a second floor with clothing stores. The women's stores sell underwear that could be used for a pornographic film. A whole world beyond the abayas... There are also wedding dresses, ideal as costumes for a Walt Disney movie. These stores are empty, perhaps because they are too luxurious for the public left in Yemen since the war began in 2015.

So, in most cases, my eyes in this country are the national staff. It is through them, whether for personal or professional reasons, that I learn many things about the society, customs and culture. Most are hard stories. Among them, the ones that strike me most are those related to women. The other day they told me about a girl who was being harassed by one of the hospital's doormen. When she rejected him, the doormen managed to find a photo of her profile, with her face uncovered, and posted it on Facebook. This is a great offense for the woman, who is precisely covered with the veil so that no one can see her face. The case came to trial, and the doorman ended up in prison. In spite of everything, the society punished her, and they pressed her to marry the man, since they considered her guilty that he was in jail.

Another sad story is that of girls. It is not strange to see mothers in the hospital with their 6 or 7 year old daughters, asking for a report that confirms that they are virgins. They fear that someone has abused them, and if they are not virgin, they can hardly marry them.

The cases of sexual abuse happen here as in any other countries, however, in Yemen, the measures that protect women are practically nonexistent. That a woman has suffered sexual abuse is an offense not so much for herself, but especially because of the society and her own family, who will blame her for being the cause of the abuse. Unless more than three women accuse the same abuser, these women will not be able to count on any protection measure, except for the silence that will be imposed on them.

But there are also beautiful stories, those in which a boy and a girl know each other beyond family barriers, fall in love and get married. It was the case of Nadia and Salim, who met at the university in Aden. Her family lives in Saudi Arabia, and when she informed them that she would like to marry Salim, the parents asked the boy for a dowry of 2 million YER (about 7 thousand euros). Poor Salim got such heat that he was sick for some time. Finally they reached an agreement and reduced the dowry by half. Now they are married and the money is kept by the father, she told me, so that it is not spent unnecessarily.

However, free-choice marriages are exceptional, as Yemen is among the countries in the world with the highest rate of child marriage. The war and consequent lack of resources has done nothing but favor their increase, since the dowry is an important economic contribution for families.

If all this, me who lives in Yemen, I cannot see it, how difficult it is for this to be known further ...