En Yemen, vestir
velo y chilaba en lugares públicos es estrictamente obligatorio, por eso en
Djibouti, nuestra última parada antes de aterrizar en Yemen, además de mucha y
muy útil información sobre el contexto del país, nos entregaron estos complementos
femeninos con el fin de llevarlos puestos antes de bajarnos del avión que nos
transportaría hasta la capital yemení.
Así que allí
estaba yo en mi nuevo uniforme, un traje negro, de una anchura tal que cabrían
dos yos y un largo que ni las monjas de las Carmelitas, complementada por un
velo sobre la cabeza, del mismo color y atado alrededor el cuello,
preguntándome para qué demonios habría metido tantos pantalones y camisetas en
la maleta. Todavía tuve que sentirme aliviada, al mirar a mí alrededor, por no
tener que llevar el niqab, el velo que sólo deja al descubierto los ojos.
Al llegar al
proyecto, en el “terreno”, me encontré con un debate abierto sobre la
conveniencia de llevar o no chilaba y velo en la oficina. Obviamente, en el
interior de nuestra casa no era necesario, como no lo es para cualquier mujer
yemení que se encuentra en su propio hogar. Sin embargo, en nuestra oficina, a
200 metros de distancia, trabajamos con personal local, además de recibir
visitas de proveedores con bastante frecuencia. Para unos, se trataba de una
muestra de respeto hacia la comunidad, para otros, estábamos en la “casa” de
la organización, y por tanto, las normas a aplicar son otras, siempre y cuando no choquen
con el respeto y la aceptabilidad, así como al desarrollo de nuestro trabajo.
Finalmente se
decidió que las mujeres podíamos ir sin velo, pero debíamos cubrir nuestros
brazos y piernas, y llevar ropa holgada. El resultado fue que las que estaban
aquí cuando llevar velo era una obligación, siguieron llevándolo, supongo que
por costumbre, pero las que llegamos en el momento del debate, o después,
dejamos de llevar velo pero mantuvimos la chilaba. En mí caso, más que nada por
cuestiones prácticas: ya que tenía que llevar manga larga y de esto no traía
demasiado en mi maleta, y teniendo en cuenta la cantidad de polvo del que
estamos rodeados, me resultaba mucho más cómodo utilizarlo a modo de uniforme.
Además, cuando salimos, sí que estamos obligadas a llevarlo, y como en esta
zona del país se suda hasta al pestañear, de esta manera se ahorraba una el
engorro de poner y quitar.
A propósito de
esto, el otro día di con un reportaje fotográfico de una chica Yemení, exiliada
en Estados Unidos, que en una visita a su país natal, fotografió a mujeres
completamente cubiertas, tal y como dicta la “ley” (especialmente en las zonas
más conservadoras). Ella defendía el uso de toda forma de velo, pues lo
importante, según ella, es que se respetara a la mujer, con o sin velo. Estoy muy
de acuerdo con ella en lo que se refiere al respeto, sin embargo, la cuestión
es si este respeto existe realmente cuando es consecuencia de una imposición.
Entre nuestras
trabajadoras locales hay una chica que es de estas personas que sientes que han
nacido en el lugar equivocado. Inteligente, rápida, extrovertida, inquieta…
ella no soporta el velo, y mantiene una lucha personal contra él, pero tiene
que llevarlo. Y me pregunto; si esta chica, que es una de las pocas con las
que he podido comunicarme (pues habla un impecable inglés) piensa así, ¿cuántas
otras no lo harán? Y entonces pienso en la del reportaje, y me doy cuenta que
es fácil tener la opinión que ella defiende, cuando vives en un país
democrático en el que disfrutas de una libertad de elección que es impensable
en el país al cual te refieres.
________________________________________________________________________________
In Yemen, to wear veil and hijab in public
places is strictly mandatory, so in Djibouti, our last stop before landing in
Yemen, apart from a lot of very useful information about the context of the country,
we got these women's accessories in order to wear them before getting off the
plane that would take us to the Yemeni capital.
So there I was in my new uniform, a black
suit, so width that two “me” could fit inside and so long that even the nuns of
the Carmelite would be shocked. This was complemented by a veil over my head, in
the same colour, and tied around my neck, making me wonder why the hell I had
gotten so many pants and shirts into my suitcase. I still had to be relieved, when
looking around me, for not having to wear the niqab, the veil that reveals only
the eyes.
Once arrived in the project, in the
"field", I found that there was an open debate on whether or not to
wear hijab and veil at the office. Obviously, inside our house it was not
necessary, as it is not for any Yemeni woman in her own home. However, in our
office, 200 meters away, we work with local staff, in addition to frequent visits
from suppliers. For some, it was a sign of respect for the community, for
others, we were in the "home" of the organization, and therefore the
rules to be applied should be different, provided that they respect the principles of respect and acceptability, as well as it facilitates the
development of our work.
Finally it was decided that women could go
without a veil, but we had to cover our arms and legs, and wear loose clothing.
The result was that, those who were there when wearing the headscarf was an obligation, continued wearing it, I guess for a question of habit, but those like me, who arrived
at the time of the debate, or later, stopped wearing the headscarf but kept the
hijab. In my case, it was due mainly to practical reasons: on one hand, because I
had to wear long sleeves and this, I did not bring in my suitcase, and on the
other hand, taking into account the amount of dust that we were surrounded by,
I was much more comfortable using it as a uniform. Also, when going outside the
office compound, then yes, we are obliged to wear it, and in a country where
you sweat just by blinking, you try to avoid any extra effort, as it is putting
off and on the dress.
Apropos of this, the other day I found a
photographic report published by Yemeni lady, exiled in the United States on a
visit to her native country, where she photographed completely covered women.
She defended the use of any form of veil, because what mattered, she says, was
that women were respected, with or without a veil. I personally agree with it in
terms of respect, however, the question is whether this respect really exists
when it is a result of an imposition.
Among our local workers there is a lady who is one of those I feel they were born in the wrong place. Smart, fast,
extroverted, restless ... she does not support the veil, and maintains a
personal fight against it, but she has to wear it. And I ask myself; if this
girl, who is one of the few with whom I could communicate (she speaks
impeccable English) thinks that way, how many more might be out there? And
then I think of the lady of the photographic report, and I realize that it is
easy to have the opinion she is defending, when you live in a democratic
country where you enjoy a freedom of choice that is unthinkable in the country
to which you refer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario