Uno de los eventos que celebro como una niña a la que llevan a un parque de atracción es hacer el trayecto de seis horas en coche, que lleva desde Abs, donde se encuentra el proyecto en el cual trabajo, a Sanaa, la capital de Yemen.
Abs es un
pueblecito de carretera que se encuentra a 20 kms de la costa oeste, cuyas
aguas no vemos ni llegaremos a ver nunca, ya que es una de las zonas
bombardeadas por la coalición árabe.
Estamos en medio del
desierto. No hay un árbol, un río, ni ningún otro accidente natural que impida
al viento huracanado apoderarse del territorio que nos rodea. Una nube de polvo
hace invisible cualquier objeto
que se encuentre a más de dos metros de distancia, convirtiendo el velo de la
mujer en una necesidad más que en una obligación. Sin embargo, en la época de
lluvias, que comenzó hace unas semanas, el decorado que nos envuelve se transforma;
El cielo se vuelve azul, la tierra roja y la atmósfera limpia y transparente regalan
a la vista un paisaje idílico donde montañas lejanas parecen haber caído del
cielo por el capricho de algún ente supremo, como si quisieran romper con la
llanura que domina y con toda proporción.
En esas montañas
nos adentramos para poder llegar a Sanaa, situada a 2.200 metros de altura, hacia
el interior. Así, durante el primer tramo del viaje, una carretera en bastante
buenas condiciones, recta como el palo de una escoba y fruto de la financiación
árabe (por paradójico que pueda parecer), nos lleva por una planicie desértica
salpicada aquí y allá por casas tradicionales con techos de pajas, mujeres
envueltas en coloridos pañuelos, niños guiando su rebaño de corderos o
campesinos montando en burro, creando un ambiente maravillosamente pintoresco.
A lo lejos, en ningún momento se deja de divisar la grandiosa cordillera de
montañas, cuya presencia parece querer recordar el poderío que representan en todo
el país. Surgen de la nada al final del desierto, y el ambiente nebuloso que
las envuelve, más denso a medida que alejamos la vista, crean un aspecto mágico,
pues tras las montañas que se encuentran en el primer plano, se encuentran
otras de más altura, y tras éstas, otras aún más altas, y así sucesivamente,
hasta que desaparecen del todo en medio de la niebla.
Tras una hora de
trayecto, comienza el ascenso, con el consecuente cambio de paisaje. Lo que
antes era una carretera recta, se convierte ahora en una sucesión de curvas pronunciadas
que ponen a prueba las habilidades del conductor a la hora de esquivar obstáculos
imprevistos. Lo que antes era un paisaje dominado por el color tierra, comienza
a transformarse en otro donde el verde destaca sobre el resto. Por otro lado, a
mayor altura, mayor presencia de una de las obras de ingeniería que menos daño
han hecho a la naturaleza; terrazas escalonadas que facilitan el terreno
utilizable para la agricultura. Éstas se vuelven espectaculares a mayor altura,
pues parece inconcebible la proporción de las mismas y la capacidad humana de
adaptar el entorno a su necesidad, abarcando extensiones inimaginables.
Otro de los hitos
que despertarían la admiración de cualquier viajero inquieto, son los castillos
edificados sobre muchas de las cimas. En su mayoría destruidos por el paso del
tiempo, llevan a uno a retroceder siglos atrás, e imaginar épocas mejores para
este pueblo castigado por las constantes invasiones extranjeras. Bajo éstos, se
encuentran pequeñas poblaciones, aún habitadas y cuya arquitectura clásica se
mezcla con otras de más reciente construcción.
Hay dos cosas, en medio de toda esta belleza natural, que le hace a uno
volver a la realidad en la que el país se encuentra inmerso: Por un lado se
trata de los continuos check-points, casetas construidas a base de
restos oxidados, situados a lo largo de la carretera, y en los que hombres, y
también niños, armados y con aspecto de pocos amigos, controlan el paso de
cualquier vehículo, en busca de algo que seguramente ni ellos mismos entienden.
Por otro lado, es común encontrar mujeres, niñas e inválidos, sentados en medio
de la carretera, sobre los baches, que aprovechan el freno del vehículo, para
mendigar cualquier cosa que el viajero les pueda proporcionar. Esta forma de
mendigar aumenta a medida que uno se acerca a alguna población, recordándote
que la solidaridad disminuye y la desigualdad aumenta cuando los recursos son
mayores.
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One
of the events I celebrate as a girl who is taken to a park attraction, is making
the six hour drive trip, leading Abs, where the project in which I work is
located, to Sana’a, the capital of Yemen.
Abs is a small road
village located 20 km from the west coast, whose waters we do not see and we
will never see, as it is one of the areas bombed by the Arab coalition.
We are in the
middle of the desert. There
is not a tree, river, or any other natural accident that prevents the windstorm
seize the territory in which we are located. A
cloud of dust makes invisible any object that is more than two meters away,
turning the veil of women in a necessity rather than an obligation. However,
during the rainy season, which began a few weeks ago, the scenery that
surrounds us is transformed; The
sky turns blue, the land, red and the clean and transparent atmosphere provides
you with the gift of an idyllic landscape where distant mountains seem to have
fallen from the sky at the whim of a supreme being, as if to break the plain and
all proportion that dominates.
Through these mountains
we pass in order to reach Sana’a, located 2,200 meters high, inward. Thus,
during the first leg of the journey, a road in fairly good condition, straight
as a broomstick, and as the result of the Arab funding (as paradoxical as it may
seem), lead us through a plain desert dotted here and there by traditional
houses with
straw roofs, women wrapped in colorful scarves, children guiding his flock of
sheep or peasants riding on a donkey, creating a wonderfully quaint atmosphere.
In
the distance, at no time ones stop to spot the magnificent mountain range whose
presence seems to want to remember the power they represent across the country.
They
come out of nowhere at the end of the desert, and the hazy atmosphere that
surrounds them, becomes denser as you look farther, creating a magical aspect; behind the mountains that are in the foreground, there are other more
height, and
after them, others still higher, and so on, until they disappear completely in
the fog.
After an hour of
journey, begins the ascent, with the consequent change of scenery. What
before was a straight road now becomes a series of switchbacks that test driver
skills in avoiding unforeseen obstacles. What
before was a land dominated by the color of sand, it begins now to transform
into another where the green stands above the rest. On
the other hand, as ones go higher, there is a stronger presence of one of the
engineering works that have done less damage to nature; stepped
terraces that facilitate the use of land for agriculture. These
become more spectacular as one goes higher, as it seems inconceivable the
proportion of them and the human ability to adapt the environment to their
needs, covering unimaginable extensions.
Another milestone
that would arouse the admiration of any restless traveler, are the castles
built on many of the peaks. Mostly
destroyed by the passage of time, they lead you back to centuries ago, and imagine
a better time for these people punished by constant foreign invasions. Under
these, there are small villages still inhabited and whose classical
architecture blends with other more recent construction.
There are two
things amid all this natural beauty that makes you come back to the reality in
which the country is immersed: On the one hand it is the continuous check-points,
huts built of rusty remains, located
along the road, and in which armed men, and children, with unfriendly looks,
control the passage of any vehicle, looking for something that surely even themselves
don’t understand. On
the other hand, it is common to find women, children and invalids, sitting in
the middle of the road, over bumps, leveraging the vehicle brake, to beg for
anything the traveler can provide. This
form of begging increases as one approaches the towns, reminding that
solidarity decreases and inequality increases when resources are greater.
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