jueves, 4 de agosto de 2016

Un viaje a través de las montañas (A trip through the mountains: Translated into Eglish below)


Uno de los eventos que celebro como una niña a la que llevan a un parque de atracción es hacer el trayecto de seis horas en coche, que lleva desde Abs, donde se encuentra el proyecto en el cual trabajo, a Sanaa, la capital de Yemen.

Abs es un pueblecito de carretera que se encuentra a 20 kms de la costa oeste, cuyas aguas no vemos ni llegaremos a ver nunca, ya que es una de las zonas bombardeadas por la coalición árabe.

Estamos en medio del desierto. No hay un árbol, un río, ni ningún otro accidente natural que impida al viento huracanado apoderarse del territorio que nos rodea. Una nube de polvo  hace invisible cualquier objeto que se encuentre a más de dos metros de distancia, convirtiendo el velo de la mujer en una necesidad más que en una obligación. Sin embargo, en la época de lluvias, que comenzó hace unas semanas, el decorado que nos envuelve se transforma; El cielo se vuelve azul, la tierra roja y la atmósfera limpia y transparente regalan a la vista un paisaje idílico donde montañas lejanas parecen haber caído del cielo por el capricho de algún ente supremo, como si quisieran romper con la llanura que domina y con toda proporción.

En esas montañas nos adentramos para poder llegar a Sanaa, situada a 2.200 metros de altura, hacia el interior. Así, durante el primer tramo del viaje, una carretera en bastante buenas condiciones, recta como el palo de una escoba y fruto de la financiación árabe (por paradójico que pueda parecer), nos lleva por una planicie desértica salpicada aquí y allá por casas tradicionales con techos de pajas, mujeres envueltas en coloridos pañuelos, niños guiando su rebaño de corderos o campesinos montando en burro, creando un ambiente maravillosamente pintoresco. A lo lejos, en ningún momento se deja de divisar la grandiosa cordillera de montañas, cuya presencia parece querer recordar el poderío que representan en todo el país. Surgen de la nada al final del desierto, y el ambiente nebuloso que las envuelve, más denso a medida que alejamos la vista, crean un aspecto mágico, pues tras las montañas que se encuentran en el primer plano, se encuentran otras de más altura, y tras éstas, otras aún más altas, y así sucesivamente, hasta que desaparecen del todo en medio de la niebla.

Tras una hora de trayecto, comienza el ascenso, con el consecuente cambio de paisaje. Lo que antes era una carretera recta, se convierte ahora en una sucesión de curvas pronunciadas que ponen a prueba las habilidades del conductor a la hora de esquivar obstáculos imprevistos. Lo que antes era un paisaje dominado por el color tierra, comienza a transformarse en otro donde el verde destaca sobre el resto. Por otro lado, a mayor altura, mayor presencia de una de las obras de ingeniería que menos daño han hecho a la naturaleza; terrazas escalonadas que facilitan el terreno utilizable para la agricultura. Éstas se vuelven espectaculares a mayor altura, pues parece inconcebible la proporción de las mismas y la capacidad humana de adaptar el entorno a su necesidad, abarcando extensiones inimaginables.

Otro de los hitos que despertarían la admiración de cualquier viajero inquieto, son los castillos edificados sobre muchas de las cimas. En su mayoría destruidos por el paso del tiempo, llevan a uno a retroceder siglos atrás, e imaginar épocas mejores para este pueblo castigado por las constantes invasiones extranjeras. Bajo éstos, se encuentran pequeñas poblaciones, aún habitadas y cuya arquitectura clásica se mezcla con otras de más reciente construcción.

Hay dos cosas, en medio de toda esta belleza natural, que le hace a uno volver a la realidad en la que el país se encuentra inmerso: Por un lado se trata de los continuos check-points, casetas construidas a base de restos oxidados, situados a lo largo de la carretera, y en los que hombres, y también niños, armados y con aspecto de pocos amigos, controlan el paso de cualquier vehículo, en busca de algo que seguramente ni ellos mismos entienden. Por otro lado, es común encontrar mujeres, niñas e inválidos, sentados en medio de la carretera, sobre los baches, que aprovechan el freno del vehículo, para mendigar cualquier cosa que el viajero les pueda proporcionar. Esta forma de mendigar aumenta a medida que uno se acerca a alguna población, recordándote que la solidaridad disminuye y la desigualdad aumenta cuando los recursos son mayores.

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One of the events I celebrate as a girl who is taken to a park attraction, is making the six hour drive trip, leading Abs, where the project in which I work is located, to Sana’a, the capital of Yemen.

Abs is a small road village located 20 km from the west coast, whose waters we do not see and we will never see, as it is one of the areas bombed by the Arab coalition.

We are in the middle of the desert. There is not a tree, river, or any other natural accident that prevents the windstorm seize the territory in which we are located. A cloud of dust makes invisible any object that is more than two meters away, turning the veil of women in a necessity rather than an obligation. However, during the rainy season, which began a few weeks ago, the scenery that surrounds us is transformed; The sky turns blue, the land, red and the clean and transparent atmosphere provides you with the gift of an idyllic landscape where distant mountains seem to have fallen from the sky at the whim of a supreme being, as if to break the plain and all proportion that dominates.

Through these mountains we pass in order to reach Sana’a, located 2,200 meters high, inward. Thus, during the first leg of the journey, a road in fairly good condition, straight as a broomstick, and as the result of the Arab funding (as paradoxical as it may seem), lead us through a plain desert dotted here and there by traditional houses with straw roofs, women wrapped in colorful scarves, children guiding his flock of sheep or peasants riding on a donkey, creating a wonderfully quaint atmosphere. In the distance, at no time ones stop to spot the magnificent mountain range whose presence seems to want to remember the power they represent across the country. They come out of nowhere at the end of the desert, and the hazy atmosphere that surrounds them, becomes denser as you look farther, creating a magical aspect; behind the mountains that are in the foreground, there are other more height, and after them, others still higher, and so on, until they disappear completely in the fog.

After an hour of journey, begins the ascent, with the consequent change of scenery. What before was a straight road now becomes a series of switchbacks that test driver skills in avoiding unforeseen obstacles. What before was a land dominated by the color of sand, it begins now to transform into another where the green stands above the rest. On the other hand, as ones go higher, there is a stronger presence of one of the engineering works that have done less damage to nature; stepped terraces that facilitate the use of land for agriculture. These become more spectacular as one goes higher, as it seems inconceivable the proportion of them and the human ability to adapt the environment to their needs, covering unimaginable extensions.

Another milestone that would arouse the admiration of any restless traveler, are the castles built on many of the peaks. Mostly destroyed by the passage of time, they lead you back to centuries ago, and imagine a better time for these people punished by constant foreign invasions. Under these, there are small villages still inhabited and whose classical architecture blends with other more recent construction.

There are two things amid all this natural beauty that makes you come back to the reality in which the country is immersed: On the one hand it is the continuous check-points, huts built of rusty remains, located along the road, and in which armed men, and children, with unfriendly looks, control the passage of any vehicle, looking for something that surely even themselves don’t understand. On the other hand, it is common to find women, children and invalids, sitting in the middle of the road, over bumps, leveraging the vehicle brake, to beg for anything the traveler can provide. This form of begging increases as one approaches the towns, reminding that solidarity decreases and inequality increases when resources are greater.

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