Aunque a veces se
considera a los trabajadores de ayuda humanitaria como seres fuertes y
admirables, casi inhumanos, no está de más saber que éstos también pueden
sufrir un torbellino emocional en algún momento durante una misión en el
terreno. No se suele hablar de ello abiertamente, y menos mientras nos
encontramos en medio de uno, pues la mayoría de las veces, la subjetividad y la
intensidad de éstos, nos nublan de cualquier pragmatismo.
Las
circunstancias que lo provocan son varias e influyen tanto factores internos
(autogestión emocional), como externos.
Teniendo en
cuenta que el mismo grupo de personas vivimos y trabajamos en un mismo lugar 24
horas al día, que la libertad de movimiento es extremadamente limitada, que las
comodidades a las que estamos acostumbrados quedan a años luz y que trabajamos
en contextos de inseguridad que implican violencia, enfermedades y carencias
para la población a la que asistimos, el nivel de irascibilidad puede llegar a
alcanzar, en momentos puntuales, niveles no deseables.
La variedad de
reacciones ante los factores externos depende tanto de la frecuencia de cada
uno de ellos como de la simultaneidad con la que ocurren. Así, puede ocurrir
que te encuentres con un solo frente: un compañero incompetente, unos días
calientes respecto a la seguridad, unas semanas sin internet que te incapacitan
para desarrollar tu trabajo con fluidez, el encuentro puntual con un grupo
armado hasta los dientes al estilo Rambo….
Pero también pueden ocurrir, como decía, varios de estos sucesos al mismo tiempo,
en cuyo caso, no es de extrañar que uno pase, en cuestión de segundos, del nivel
“verde” (tolerancia aceptable, ánimo y entusiasmo contagioso, motivación plena),
al nivel “rojo” (intolerancia, irascibilidad, nervios a flor de piel, depresión
momentánea).
Si a estos
factores externos, se le suman los internos (la incapacidad de gestionar las
emociones), el desastre humano puede ser catastrófico tanto para uno mismo,
como para el equipo y el proyecto, pero también para los que están en el lado
seguro del mundo, pues una llamada de extrema desesperación puede llegar a
crear alarmas que, sacadas de contexto, crean un efecto contrario al que se
buscaba.
Cómo gestionar
esto resulta complicado, y solo una mezcla de autoconocimiento emocional (más
que nada para no tomarse demasiado en serio), sentido común, optimismo y
objetividad, pero también, experiencia (que es la única capaz de construir la
coraza necesaria tras la visualización repetitiva de los hechos), le permiten a
uno salir adelante. Finalmente, por supuesto, resulta especialmente útil, y
necesario, darse espacio para llorar o aislarse de manera momentánea, siempre y
cuando éstos no superen el límite de la “normalidad”, lo cual nadie mejor que
una persona externa para valorarlo.
Normalmente, se
sale ileso y con la lección aprendida, y es que, como decía, el sentido del humor
y el saber remontar son las mejores armas para la supervivencia. Eso lo saben,
mejor que nadie, los que sufren, desde su nacimiento hasta el final, las
consecuencias de un conflicto armado.
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