viernes, 11 de diciembre de 2015

De la fiesta que pudo ser… pero no fué

Yambio, Sudán del Sur
Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre Yambio, así que la fiesta de Navidad que me pidieron preparar para el equipo del proyecto, en total 71 personas, me pareció la excusa perfecta. Lo que no me podía imaginar, al comenzar los preparativos, ni tampoco al escribir esta entrada, era que los acontecimientos que sucederían en el último momento darían al traste con todos los planes. Pero vamos por partes.

Ya conté en entradas precedentes que este sitio era conocido como “Yambio Paradise”: Los “occidentales” podían caminar durante el día por casi cualquier sitio; en los bares, el personal local y el internacional se fusionaban por las noches como gatos pardos, y la música y la cerveza animaban el ambiente hasta el agotamiento.

Pero como decía, la situación cambió a partir de agosto. Unos sucesos violentos tuvieron como consecuencia la implantación de un toque de queda a las 22h y los lugares a dónde se iba a bailar al caer la noche, se convirtieron en fantasmales de la noche a la mañana. Tan solo se veían clientes en los sitios cuyo ambiente era agradable y fresco cuando la luz del sol más apretaba: El Venom Beach, el Green Beach (ambos frente a un lago), el Tourist Hotel y el Sunset Hotel (hoteles, de una única planta y con un “jardín” en el centro).

Así que cuando me ofrecieron organizar la fiesta de Navidad, lo primero que hice fue crear un “Comité de festejos” en el que nombré a Michael (mi asistente), encargado de buscar el catering y el lugar de celebración, a Isaac (jefe del equipo de terreno), responsable de las actividades durante el evento y a Joseph Angelo (asistente del FieldCo), para todo lo relacionado con la seguridad.

Elegir el lugar de celebración no era entonces tanto un problema por la variedad de opciones, sino justamente por todo lo contrario. De los cuatro que mencioné antes, ninguno nos valía puesto que necesitábamos uno cerrado para la ocasión, y… ¡cómo privar al resto de la población de uno de los cuatro únicos sitios a los que podían acudir a relajarse durante el fin de semana!

El Green Beach
Había dos opciones, dos lugares antológicos de la época de máximo apogeo, de la “movida madrileña” de Yambio.  Éstos eran el Meeting Point y el New Paradise. Ambos en plena decadencia actualmente.

Mi decisión personal estaba clara. ¿No os pasa que tendéis a un sitio u otro por la gente que lo frecuenta? Pues aunque yo nunca tuve la suerte de poner un pié en el Meeting Point durante su época de esplendor (llegué precisamente a finales de septiembre) conozco a quienes lo hacían, esto es, los mismos que ahora lo ponen en el Green Beach, mi rincón favorito en Yambio. Pero ¿qué sentido tenía crear una “Comité de festejos”, si no se le tenía en consideración? Para mi grata sorpresa, excepto Joseph Angelo, un señor mayor al que costaría imaginar moviendo el trasero al son de la música reggaetón, todos estaban de acuerdo en que el Meeting Point era la mejor opción.

El siguiente paso era decidir el catering, la comida. A pesar de encontrarnos en la zona más rica del país desde el punto de vista agrícola (la tierra es fértil y llueve a menudo), y aunque los productos son sabrosos, la variedad de platos es tan escasa como la de los bares. Optamos por dos alternativas: El restaurante de Darfur (región de Sudán, población árabe), el cual ofrece unos platos económicos, locales y básicos, pero cocinados con especias árabes y mucho amor y, como segunda opción, la del compound de UNICEF. Este compound no es como el nuestro en el que todo es auto gestionado por el equipo. Allí, una empresa privada subcontratada por UNICEF, se encarga de la gestión de las habitaciones, la cocina, la limpieza… y este servicio se paga a parte. Su cocina tiene fama, en fin, a mí se me siguen cayendo los lagrimones cuando, en el Green Beach, los domingos, vienen sus “inquilinos” hablando de lo rica que estaba… la ¡hamburguesa! con ¡queso!, o la ensalada con ¡aceitunas! y ¡vinagre! o el pescado ¡empanado! o las ¡albóndigas en su salsa!...

El Meeting Point
Pero volviendo a lo que estábamos. Ya teníamos las dos opciones para locales de celebración y las dos para el catering. Teníamos también el día y, la hora, vista nuestra limitación reglamentaria, no requería mucha discusión. Ahora faltaba salir a hacer lo que aquí llaman el assessment, el estudio de terreno. Fuimos Michael y yo (y el coche y el chofer sin el cual no podemos ir a ninguna parte) para visitar primero de todo el Meeting Point. Ya había estado antes un par de veces y la sensación que me produjo en ambas fue la de una desolación tremenda, como la que se ve en estos pueblos de las películas del oeste con el matojo rodante en medio de la calle. Pero por otro lado, no costaba imaginarse lo que debió ser en los buenos tiempos, con la barra del bar, el escenario para conciertos, las cabañitas de paja y madera… Allí estaba Tresia, a la que había conocido en otra ocasión. Es una mujerona, rondando mi edad, de Juba, mujer de negocios, con pinta de honrada, seria y amigable. Había oído por su propia boca que estaba pensando en volver a Juba, cerrar el negocio y abrir uno nuevo, pues éste dejaba de ser rentable. Mientras hablaba, se percibía el sentimiento de nostalgia, como se percibía de cualquier boca que hablara de “aquellos maravillosos años”. Por eso sentí cierta alegría cuando vinimos a informarle de nuestra idea. Sería como una clausura por todo lo alto, mucho menos dramática que la que tenía prevista, donde por unas horas rememoraríamos lo que en otra época llegó a ser este local.

A Tresia le gustó la propuesta, pero no podría ofrecernos las bebidas ya que no quedaba ni eso. Nos ofrecía el local, limpio y a nuestra entera disposición. Todo lo demás debíamos aportarlo nosotros. Tampoco nos cobraría por el uso del espacio pues de cualquier modo, no pensaba utilizarlo.

Del Meeting Point, Michael y yo nos dirigimos al New Paradise que, por respeto a Joseph Angelo, decidimos al menos visitarlo. La sensación de desolación fue la misma, pero al contrario que en el primero, aquí costaba más imaginarse lo que fue, y lo poco que uno podía imaginarse, no correspondía con el ideal de lugar agradable, acogedor y de buen ambiente. Un grupo de chicos jugaba y charlaba en torno a una mesa de billar, pasaron un par de minutos antes de que nos prestaran atención, el manager no estaba y el chico que nos atendió parecía que se había fumado diez porros en lo que llevaba de mañana. Tras una corta discusión nos fuimos, no decepcionados, sino más bien contentos porque la decisión se había tomado por sí sola.

Comida del darfuriano
Como a Andrew, responsable del catering de UNICEF, lo conozco personalmente y nos vemos a menudo, ya solo nos quedaba un sitio por visitar, el restaurante de Darfur. Vicente y yo comemos aquí algunos domingos para saciar nuestro apetito carnívoro (en nuestro compound solo se sirve carne de vaca, ¿o debería llamarlo tocino de vaca? Ya que el pollo hay que encargarlo de Juba). El pollo del darfuriano, su salsa de berenjenas o los falafels, son lo mejorcito del mercado, por eso no me extrañó cuando los miembros del “Comité de festejos” lo recomendaron. El tipo que lo lleva también me parecía serio, y el precio, al contrario del de UNICEF, entraba dentro de nuestro limitado presupuesto, así que la decisión parecía tomada.

Sin embargo, en el último momento, Andrew debió meditarlo, pues cuando le expresamos nuestra decisión de ir a por el que mejor precio nos ofrecía, reajustó costes, consiguiendo que nos decantáramos por su oferta. Fue una gran alegría, pues aunque ambas eran aceptables, teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos, la opción occidental resultaba mucho más exótica y rica que la local. Además, nos proporcionarían también las bebidas, ahorrándonos el problema del almacenamiento. Esto se apreció enormemente, pues aunque me estaba acostumbrando a las cervezas calientes del Green Beach, poder beberlas frías, era todo un lujo, y como el compound de UNICEF es un pequeño almacén europeo con tecnología punta en comparación con lo que se encuentra por aquí, no me cabía ninguna duda de que llegarían como esperaba.

Noches en el compound
Pero…. Lo que sucedió es que, a menos de una semana del gran evento, Yambio nos recordó que esto ya no es el paraíso y que planificar a más de un par de días vista es un riesgo que solo unos pocos osados se atreverían a correr. Un día y medio de disparos por toda la ciudad, rumores de enfrentamientos entre los militares y los “Arrow Boys”, y el desplazamiento temporal de la mayor parte de la población, sumieron nuestro compound en algo tan desolador como los bares que habíamos visitado días atrás, sin más personal que nosotros los expatriados y los dos guardias y conductores que se encontraban ya dentro cuando todo empezó.

Aunque todo va volviendo a la normalidad, la fiesta se aplazó para un mejor momento y como único consuelo nos quedaron las 140 cervezas que trajimos a tiempo del compound de UNICEF, haciendo de nuestros platos de arroz con alubias algo menos monótono.

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