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Yambio, Sudán del Sur |
Llevaba tiempo queriendo
escribir algo sobre Yambio, así que la fiesta de Navidad que me pidieron
preparar para el equipo del proyecto, en total 71 personas, me pareció la
excusa perfecta. Lo que no me podía imaginar, al comenzar los preparativos, ni tampoco
al escribir esta entrada, era que los acontecimientos que sucederían en el
último momento darían al traste con todos los planes. Pero vamos por partes.
Ya conté en entradas precedentes
que este sitio era conocido como “Yambio
Paradise”: Los “occidentales” podían caminar durante el día por casi
cualquier sitio; en los bares, el personal local y el internacional se
fusionaban por las noches como gatos pardos, y la música y la cerveza animaban
el ambiente hasta el agotamiento.
Pero como decía, la
situación cambió a partir de agosto. Unos sucesos violentos tuvieron
como consecuencia la implantación de un toque de queda a las 22h y los lugares
a dónde se iba a bailar al caer la noche, se convirtieron en fantasmales de la
noche a la mañana. Tan solo se veían clientes en los sitios cuyo ambiente era
agradable y fresco cuando la luz del sol más apretaba: El Venom Beach, el Green
Beach (ambos frente a un lago), el Tourist Hotel y el Sunset Hotel (hoteles, de
una única planta y con un “jardín” en el centro).
Así que cuando me
ofrecieron organizar la fiesta de Navidad, lo primero que hice fue crear un “Comité
de festejos” en el que nombré a Michael (mi asistente), encargado de buscar el catering
y el lugar de celebración, a Isaac (jefe del equipo de terreno), responsable de
las actividades durante el evento y a Joseph Angelo (asistente del FieldCo), para todo lo relacionado con
la seguridad.
Elegir el lugar de
celebración no era entonces tanto un problema por la variedad de opciones, sino
justamente por todo lo contrario. De los cuatro que mencioné antes, ninguno nos
valía puesto que necesitábamos uno cerrado para la ocasión, y… ¡cómo privar al
resto de la población de uno de los cuatro únicos sitios a los que podían acudir
a relajarse durante el fin de semana!
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El Green Beach |
Había dos opciones, dos
lugares antológicos de la época de máximo apogeo, de la “movida madrileña” de
Yambio. Éstos eran el Meeting Point y el New Paradise. Ambos en plena decadencia actualmente.
Mi decisión personal
estaba clara. ¿No os pasa que tendéis a un sitio u otro por la gente que lo
frecuenta? Pues aunque yo nunca tuve la suerte de poner un pié en el Meeting Point durante su época de
esplendor (llegué precisamente a finales de septiembre) conozco a quienes lo
hacían, esto es, los mismos que ahora lo ponen en el Green Beach, mi rincón favorito en Yambio. Pero ¿qué sentido tenía
crear una “Comité de festejos”, si no se le tenía en consideración? Para mi
grata sorpresa, excepto Joseph Angelo, un señor mayor al que costaría imaginar moviendo
el trasero al son de la música reggaetón,
todos estaban de acuerdo en que el Meeting
Point era la mejor opción.
El siguiente paso era
decidir el catering, la comida. A pesar de encontrarnos en la zona más rica del
país desde el punto de vista agrícola (la tierra es fértil y llueve a menudo),
y aunque los productos son sabrosos, la variedad de platos es tan escasa como
la de los bares. Optamos por dos alternativas: El restaurante de Darfur (región
de Sudán, población árabe), el cual ofrece unos platos económicos, locales y
básicos, pero cocinados con especias árabes y mucho amor y, como segunda opción,
la del compound de UNICEF. Este compound no es como el nuestro en el que
todo es auto gestionado por el equipo. Allí, una empresa privada subcontratada
por UNICEF, se encarga de la gestión de las habitaciones, la cocina, la
limpieza… y este servicio se paga a parte. Su cocina tiene fama, en fin, a mí se
me siguen cayendo los lagrimones cuando, en el Green Beach, los domingos, vienen sus “inquilinos” hablando de lo
rica que estaba… la ¡hamburguesa! con ¡queso!, o la ensalada con ¡aceitunas! y
¡vinagre! o el pescado ¡empanado! o las ¡albóndigas en su salsa!...
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El Meeting Point |
Pero volviendo a lo que
estábamos. Ya teníamos las dos opciones para locales de celebración y las dos
para el catering. Teníamos también el día y, la hora, vista nuestra limitación
reglamentaria, no requería mucha discusión. Ahora faltaba salir a hacer lo que
aquí llaman el assessment, el estudio
de terreno. Fuimos Michael y yo (y el coche y el chofer sin el cual no podemos
ir a ninguna parte) para visitar primero de todo el Meeting Point. Ya había estado antes un par de veces y la sensación
que me produjo en ambas fue la de una desolación tremenda, como la que se ve en
estos pueblos de las películas del oeste con el matojo rodante en medio de la
calle. Pero por otro lado, no costaba imaginarse lo que debió ser en los buenos
tiempos, con la barra del bar, el escenario para conciertos, las cabañitas de
paja y madera… Allí estaba Tresia, a la que había conocido en otra ocasión. Es
una mujerona, rondando mi edad, de Juba, mujer de negocios, con pinta de
honrada, seria y amigable. Había oído por su propia boca que estaba pensando en
volver a Juba, cerrar el negocio y abrir uno nuevo, pues éste dejaba de ser
rentable. Mientras hablaba, se percibía el sentimiento de nostalgia, como se percibía
de cualquier boca que hablara de “aquellos maravillosos años”. Por eso sentí
cierta alegría cuando vinimos a informarle de nuestra idea. Sería como una clausura
por todo lo alto, mucho menos dramática que la que tenía prevista, donde por
unas horas rememoraríamos lo que en otra época llegó a ser este local.
A Tresia le gustó la propuesta,
pero no podría ofrecernos las bebidas ya que no quedaba ni eso. Nos ofrecía el
local, limpio y a nuestra entera disposición. Todo lo demás debíamos aportarlo
nosotros. Tampoco nos cobraría por el uso del espacio pues de cualquier modo,
no pensaba utilizarlo.
Del Meeting Point, Michael y yo nos dirigimos al New Paradise que, por respeto a Joseph Angelo, decidimos al menos
visitarlo. La sensación de desolación fue la misma, pero al contrario que en el
primero, aquí costaba más imaginarse lo que fue, y lo poco que uno podía
imaginarse, no correspondía con el ideal de lugar agradable, acogedor y de buen
ambiente. Un grupo de chicos jugaba y charlaba en torno a una mesa de billar,
pasaron un par de minutos antes de que nos prestaran atención, el manager no estaba y el chico que nos
atendió parecía que se había fumado diez porros en lo que llevaba de mañana.
Tras una corta discusión nos fuimos, no decepcionados, sino más bien contentos porque
la decisión se había tomado por sí sola.
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Comida del darfuriano |
Como a Andrew,
responsable del catering de UNICEF, lo conozco personalmente y nos vemos a
menudo, ya solo nos quedaba un sitio por visitar, el restaurante de Darfur. Vicente
y yo comemos aquí algunos domingos para saciar nuestro apetito carnívoro (en
nuestro compound solo se sirve carne de vaca, ¿o debería llamarlo tocino de
vaca? Ya que el pollo hay que encargarlo de Juba). El pollo del darfuriano, su
salsa de berenjenas o los falafels, son
lo mejorcito del mercado, por eso no me extrañó cuando los miembros del “Comité
de festejos” lo recomendaron. El tipo que lo lleva también me parecía serio, y
el precio, al contrario del de UNICEF, entraba dentro de nuestro limitado presupuesto,
así que la decisión parecía tomada.
Sin embargo, en el último
momento, Andrew debió meditarlo, pues cuando le expresamos nuestra decisión de
ir a por el que mejor precio nos ofrecía, reajustó costes, consiguiendo que nos
decantáramos por su oferta. Fue una gran alegría, pues aunque ambas eran
aceptables, teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos, la opción
occidental resultaba mucho más exótica y rica que la local. Además, nos proporcionarían
también las bebidas, ahorrándonos el problema del almacenamiento. Esto se apreció
enormemente, pues aunque me estaba acostumbrando a las cervezas calientes del Green Beach, poder beberlas frías, era
todo un lujo, y como el compound de
UNICEF es un pequeño almacén europeo con tecnología punta en comparación con lo
que se encuentra por aquí, no me cabía ninguna duda de que llegarían como
esperaba.
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Noches en el compound |
Pero…. Lo que sucedió es
que, a menos de una semana del gran evento, Yambio nos recordó que esto ya no
es el paraíso y que planificar a más de un par de días vista es un riesgo que
solo unos pocos osados se atreverían a correr. Un día y medio de
disparos por toda la ciudad, rumores de enfrentamientos entre los militares y
los “Arrow Boys”, y el desplazamiento
temporal de la mayor parte de la población, sumieron nuestro compound en algo tan desolador como los
bares que habíamos visitado días atrás, sin más personal que nosotros los expatriados y los dos guardias y
conductores que se encontraban ya dentro cuando todo empezó.
Aunque
todo va volviendo a la normalidad, la fiesta se aplazó para un mejor momento y como único consuelo nos quedaron las 140 cervezas que trajimos a tiempo del compound de UNICEF, haciendo de nuestros
platos de arroz con alubias algo menos monótono.