domingo, 4 de noviembre de 2012

La Anticrisis*


Esta vez he decidido traducir del francés este artículo al considerar que su lectura es altamente recomendable dada la situación de crisis que sufrimos.

Tanto en el Apocalipsis de San Juan como en los hadices islámicos, los Anticristos o Al-Dajjâl anuncian el fin de los tiempos y la abertura de una era nueva cuando hayan sido liberados. Etimológicamente, el Apocalipsis supone la eliminación del velo que nos sumerge en la ilusión. Nietzsche tituló el Anticristo en una de sus obras en la cual denuncia la hipocresía cristiana y la mentira idealista; reduce a pedazos toda filosofía de resentimiento, de sumisión, de glorificación de lo que nos abruma y nos debilita. Nietzsche nos invita a la transvaloración de todos los valores, a reinvertir y desmultiplicar las perspectivas. En su siguiente libro, Ecce Homo, llama no solo a destruir y denunciar sino a afirmar la verdadera vida, a alimentar las energías vitales, a tomar la plaza del creador.

Las crisis no tienen fin

Se hace aburrido, doloroso y molesto: nuestra actualidad es la crisis. No hablamos casi de nada más que de eso. Tendremos la tentación de no querer saber más. Sin embargo, en  lugar de someternos, tenemos interés por interrogarnos sobre el concepto de la crisis, sus usos sociales y políticos, lo que esconde o lo que muestra...

Históricamente, el primer uso de la palabra crisis, en latín y en francés es médico. Hoy en día, está ante todo asociado a la economía: crisis industrial después de los años 1970, crisis económica después de los años 1980, crisis financiera con sus sobresaltos cada vez más regulares después de los años 1990 en la cual entra la crisis de las subprimes en 2008-2009 y la crisis de la deuda y del euro en 2011-2012... Mientras que una crisis designa en general una manifestación espontanea y temporal, en el plano económico, el discurso de la crisis, con la austeridad que implica, se ha instalado de manera permanente desde hace 40 años. Se repite, no cíclicamente sino continuamente: ¿Podemos hablar entonces de una crisis? El discurso se perpetúa pero la crisis no afecta a todo el mundo de la misma manera y disimula a menudo los beneficios de los más ricos. Quizás se trate menos de una crisis económica que de una crisis de la repartición de la riqueza, de una crisis social.

Y de hecho, la sensación de crisis desborda lo económico: crisis social, crisis de empleo, crisis gubernamentales, crisis medioambiental, Europa en crisis, crisis humanitaria, crisis inmobiliaria, crisis sanitaria, crisis de identidad, crisis de valores, crisis de civilización... Todas estas crisis no tienen evidentemente el mismo sentido ni el mismo rango pero podemos observar una cierta lógica de la crisis y de las reacciones similares que tiende a provocar en cada uno de los campos tomados de manera separada.

Pánicos y tensiones

La reacción más corriente de cara a una situación de crisis consiste en entrar en pánico o agonizar. Desde un punto de vista psicológico, la crisis describe aquí una reacción emocional de pérdida de medios que puede ir hasta una crisis de apoplejía.

Miedos y angustias dominan cada vez más las relaciones sociales. Pánico social, pérdida de la capacidad de compra, amenaza nuclear, locura financiera, alarma ecológica, tsunami, terror islamista, agotamiento del petróleo, gripe porcina, nocividad del tabaco, nuevo milenarismo, comida basura, accidentes de coches, angustia existencial... ¡Todo nos da miedo! Más que nunca, el miedo es un modo de gobierno de la sociedad y un modo de funcionamiento de los individuos.

Podemos comprender que la mayoría de la gente entra en pánico de cara a las grandes crisis por las que atraviesa nuestra sociedad. Parte de sus propiedades están amenazadas, sus derechos y libertades puestas en cuestión, su medio ambiente y su salud, en proceso de deterioración continua... En el fondo, el sentimiento generalizado de angustia y de nerviosismo está alimentado por la ausencia de perspectivas en el seno de una sociedad que ya de por sí pierde su seguridad y la confianza de sus ciudadanos, a la vez que se muestra cada vez más incapaz de convencer de su propia coherencia y de un control real de su destino.

Aunque sean legítimas, las reacciones emocionales a punto de efervescencia no conducen a las más justa y serena de las respuestas. El miedo, mal consejero, desequilibra el juicio, paraliza, lleva a aceptar, incluso a reclamar, la puesta en marcha de un poder fuerte y de medidas liberticidas que sean capaces de asegurar la protección. El miedo lleva a la crispación. Cada uno teme perder cualquier cosa, se agarra a lo poco que tiene. Los jefes se irritan cuando peligran sus privilegios, los sindicatos sus adquisiciones sociales, los empleados sus empleos, los políticos su poder, los Estados sobre sus fronteras, las "civilizaciones" sobre sus culturas.... Asistimos a una mezcla o a una alternancia de renuencia y de rigidez, incluso de radicalización. Las posiciones se fijan, las relaciones se tensan, las oposiciones se exacerban y la gente no ve la manera de salir de este callejón sin salida.

Esta tendencia a la crispación,  a la posición defensiva no es, evidentemente, favorable de cara a la reflexión, al diálogo, al espíritu crítico, en resumen, a la cultura democrática. Resulta por el contrario, cada vez más propicia al mantenimiento de resentimientos, al desencadenamiento de odios y a explosiones de violencia. Prepara el terreno para políticas de seguridad que, en respuesta a las amenazas, a menudo exacerbadas, a veces inventadas, recortan los derechos y libertades, disuaden las protestas y estigmatizan los chivos expiatorios.

Agarrándonos a lo que conocemos y a lo que queda, respondemos a la crisis de un sistema a través del reforzamiento de la misma. La crisis financiera ocasiona la toma de medidas fuertes para salvar las finanzas y los bancos. La crisis económica señala que hace falta relanzar el crecimiento, intensificar la competitividad y reducir los costes de trabajo. La crisis del empleo justifica el principio de trabajar más y ganar menos. La inestabilidad de las fronteras territoriales y políticas debidas a la aceleración de la mundialización se acompañan de nostalgias nacionalistas y regionalistas. De cara a las crisis de valores, observamos una reafirmación de valores y posiciones aún más firmemente cerradas. En el caso de las crisis de identidad, en lugar de tomar consciencia y que nuestras identidades resulten más múltiples, que estén en movimiento, mezcladas, asistimos a la reivindicación de identidades fijas tanto mayoritarias como minoritarias.

De esta manera, la crisis de un sistema, en lugar de destacar lo que falla, supone la reafirmación de lo que precisamente ha generado la crisis. El fallo de un sistema se ve recuperado con motivo de su sostenibilidad. En nombre de la gravedad de la crisis, hay que apretarse el cinturón. No hay lugar para la reflexión, para las matizaciones, para la flexibilidad, para un paso hacia atrás, hay que mantener la cabeza baja ante las soluciones simplistas que inspiran nuestras certitudes o nuestras creencias bien ancladas.

Finalmente, la convocatoria de la crisis, en permanencia y con todo propósito, refleja una despolitización de las cuestiones, un abandono de la política entendida como despliegue de acción transformadora en beneficio de una naturalización de los procesos humanos. Las crisis se sufren como las catástrofes naturales de manera que nadie es responsable, requieren la responsabilidad de todos... Sustituimos las respuestas políticas por respuestas catastrofistas, fatalistas, policiales, sanitarias que empujan a la sumisión y al sacrificio, así como a la restricción de derechos y libertades. Es en nombre de la crisis del empleo que recortamos los derechos de los trabajadores, en nombre de la crisis de la seguridad social que restringimos las prestaciones y las pensiones, en nombre de la crisis de la integración que precarizamos a los inmigrantes.

Estancamiento y fin del reinado

Más allá del catastrofismo y de las posturas defensivas, en lugar de querer disimular los fallos del sistema en crisis y de engancharnos a lo que conocemos, ¿no ganaríamos más profundizando en las brechas para así descubrir que este mundo, ya anciano y al cual nos referimos, está quebrándose?

Mirándolo de cerca, todas estas crisis y crispaciones se parecen a los síntomas del fin de un reino. Los sistemas, los modelos o las configuraciones (económicas, políticas, sociales, culturales, identitarias…) se debilitan, sienten que están tocando su fin. Una crisis continua indicaría por tanto que se les ha acabado el tiempo. La historia nos enseña que ningún sistema o modelo es eterno, no más que una serie de nociones que nos parecen evidentes pero que no son más que construcciones históricas como el dinero, el mercado, el trabajo asalariado, el Estado, los impuestos, la laicidad….

La mayoría de nuestros paradigmas actuales se remontan más o menos a la modernidad o se inscriben en su estela: la economía industrial y de mercado, el estado nación y su prolongación en la Organización de Naciones Unidas, la democracia parlamentaria, la domesticación de la naturaleza, el Estado Social…. Han sido puestas en marcha tras los fallos de paradigmas de la Edad Media, puestas en cuestión por las evoluciones demográficas, tecnológicas, económicas, geopolíticas, culturales…. En un primer momento, la Edad Media se agarró en sus feudos, incapaz de integrar estas evoluciones. Más tarde, el cambio de paradigmas y de época se inscribió en el tiempo y ha pasado por crisis, epidemias, guerras, luchas, negociaciones, cambios de relación de fuerzas, revoluciones….

Oportunidades y decisiones

Es posible que estemos atravesando por un periodo de transición histórica de orden similar. No sabemos a dónde vamos pero debemos tomar consciencia que el mundo no es habitable con las referencias, el orden y las costumbre de ayer. En lugar de querer salvar los muebles a todo precio, ¿no sería mejor anticipar, acompañar, en definitiva, organizar la mudanza?

En su connotación naturalista y médica, la crisis es algo que sufrimos. Pero en griego, crisis significa primero distinguir, clasificar, decidir; el término “critico” es su derivado. Incluso el sentido medico hace referencia a un momento decisivo de una enfermedad. Si la crisis es un momento crítico, es importante hacer igualmente el momento de la crítica. Un momento donde hace falta decidir, tomar decisiones. En chino, “crisis” resulta del acoplamiento de dos ideogramas,  uno que significa “peligro”, otro “oportunidad”. Su asociación señala el carácter ambiguo, conflictual y proteiforme de toda crisis.

En medio de las múltiples crisis que nos acosan, está por tanto en nosotros ver las oportunidades que nos ayuden a salir de las reacciones primarias, de desligarnos del sistema fallido, de cambiar de casilla de lectura para decidir tomar otras direcciones, inventar otras respuestas a los peligros que nos acechan, de pensar y de experimentar otros modos de gestión de los recursos y de las libertades.

Compromisos y toma de riesgo

Se trata por tanto de tomar tiempo y distancia sin abstraerse del mundo actual y de las realidades sociales. Estas reflexiones deben anclarse en la práctica con el fin de aferrarse en un mundo cambiante. Interrogarse la historia de la cual venimos y que vivimos, volviéndonos actores de la historia actual.

Estamos también en periodo de crisis en el sentido de que se trata de un periodo de problemas, donde la situación es un problema.  No controlamos todos los parámetros porque éstos están cambiando. No hay un horizonte claro, no hay más modelos de referencia, no hay todavía un camino a seguir. Tenemos que saltar al desconocido, avanzar tanteando el terreno y trabajar sin red de seguridad. Asumir la incertidumbre. Tal conducta implica una toma de riesgo. Hay que estar preparado a perder ciertas cosas para descubrir otras nuevas. Hay que saber que la evolución, la marcha, será larga, que no encontraremos en seguida el o los buenos caminos, que pasaremos sin duda por algunas pérdidas.

Pero debemos comenzar a caminar progresando con ensayos y errores. Comprometernos en la búsqueda y acciones. No habrá solución milagro ni única pero existen ya proyectos innovadores, ideas que se intentan desarrollar, prácticas que se confrontan con la realidad. Los esbozos  de experimentaciones, van un poco en todos los sentidos. Tenemos que aceptar esta multiplicidad, interrogar. Confrontar las iniciativas y debatirlas. Tomar el riesgo de la confrontación, del debate y de las prácticas contradictorias. Asumir con conflictividad inherente a todo cambio, a toda crisis. Fertilizar los conflictos para hacerlos vectores de la agrupación no consensuada y del progreso humano.

* Artículo de Mathieu BIELOT publicado en la revista Antécrise, con motivo del Festival de la Liberté 2012, Bruselas.

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