lunes, 14 de diciembre de 2015

El lado humano del “ayudante humanitario”



Aunque a veces se considera a los trabajadores de ayuda humanitaria como seres fuertes y admirables, casi inhumanos, no está de más saber que éstos también pueden sufrir un torbellino emocional en algún momento durante una misión en el terreno. No se suele hablar de ello abiertamente, y menos mientras nos encontramos en medio de uno, pues la mayoría de las veces, la subjetividad y la intensidad de éstos, nos nublan de cualquier pragmatismo. 

Las circunstancias que lo provocan son varias e influyen tanto factores internos (autogestión emocional), como externos.

Teniendo en cuenta que el mismo grupo de personas vivimos y trabajamos en un mismo lugar 24 horas al día, que la libertad de movimiento es extremadamente limitada, que las comodidades a las que estamos acostumbrados quedan a años luz y que trabajamos en contextos de inseguridad que implican violencia, enfermedades y carencias para la población a la que asistimos, el nivel de irascibilidad puede llegar a alcanzar, en momentos puntuales, niveles no deseables.

La variedad de reacciones ante los factores externos depende tanto de la frecuencia de cada uno de ellos como de la simultaneidad con la que ocurren. Así, puede ocurrir que te encuentres con un solo frente: un compañero incompetente, unos días calientes respecto a la seguridad, unas semanas sin internet que te incapacitan para desarrollar tu trabajo con fluidez, el encuentro puntual con un grupo armado hasta los dientes al estilo Rambo…. Pero también pueden ocurrir, como decía, varios de estos sucesos al mismo tiempo, en cuyo caso, no es de extrañar que uno pase, en cuestión de segundos, del nivel “verde” (tolerancia aceptable, ánimo y entusiasmo contagioso, motivación plena), al nivel “rojo” (intolerancia, irascibilidad, nervios a flor de piel, depresión momentánea).

Si a estos factores externos, se le suman los internos (la incapacidad de gestionar las emociones), el desastre humano puede ser catastrófico tanto para uno mismo, como para el equipo y el proyecto, pero también para los que están en el lado seguro del mundo, pues una llamada de extrema desesperación puede llegar a crear alarmas que, sacadas de contexto, crean un efecto contrario al que se buscaba.

Cómo gestionar esto resulta complicado, y solo una mezcla de autoconocimiento emocional (más que nada para no tomarse demasiado en serio), sentido común, optimismo y objetividad, pero también, experiencia (que es la única capaz de construir la coraza necesaria tras la visualización repetitiva de los hechos), le permiten a uno salir adelante. Finalmente, por supuesto, resulta especialmente útil, y necesario, darse espacio para llorar o aislarse de manera momentánea, siempre y cuando éstos no superen el límite de la “normalidad”, lo cual nadie mejor que una persona externa para valorarlo. 

Normalmente, se sale ileso y con la lección aprendida, y es que, como decía, el sentido del humor y el saber remontar son las mejores armas para la supervivencia. Eso lo saben, mejor que nadie, los que sufren, desde su nacimiento hasta el final, las consecuencias de un conflicto armado.

Lo más complicado debe ser, pero a esto aún no he llegado, cuando el cuerpo ya adaptado y amoldado a estas extremas circunstancias, debe re-habituarse al estado inicial, antes de que partiese al terreno, pues las preocupaciones, el contexto y las personas son otras muy distintas, y la coraza que te preparó para soportar la vida humanitaria es puro algodón de cara a la vida cotidiana occidental.

viernes, 11 de diciembre de 2015

De la fiesta que pudo ser… pero no fué

Yambio, Sudán del Sur
Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre Yambio, así que la fiesta de Navidad que me pidieron preparar para el equipo del proyecto, en total 71 personas, me pareció la excusa perfecta. Lo que no me podía imaginar, al comenzar los preparativos, ni tampoco al escribir esta entrada, era que los acontecimientos que sucederían en el último momento darían al traste con todos los planes. Pero vamos por partes.

Ya conté en entradas precedentes que este sitio era conocido como “Yambio Paradise”: Los “occidentales” podían caminar durante el día por casi cualquier sitio; en los bares, el personal local y el internacional se fusionaban por las noches como gatos pardos, y la música y la cerveza animaban el ambiente hasta el agotamiento.

Pero como decía, la situación cambió a partir de agosto. Unos sucesos violentos tuvieron como consecuencia la implantación de un toque de queda a las 22h y los lugares a dónde se iba a bailar al caer la noche, se convirtieron en fantasmales de la noche a la mañana. Tan solo se veían clientes en los sitios cuyo ambiente era agradable y fresco cuando la luz del sol más apretaba: El Venom Beach, el Green Beach (ambos frente a un lago), el Tourist Hotel y el Sunset Hotel (hoteles, de una única planta y con un “jardín” en el centro).

Así que cuando me ofrecieron organizar la fiesta de Navidad, lo primero que hice fue crear un “Comité de festejos” en el que nombré a Michael (mi asistente), encargado de buscar el catering y el lugar de celebración, a Isaac (jefe del equipo de terreno), responsable de las actividades durante el evento y a Joseph Angelo (asistente del FieldCo), para todo lo relacionado con la seguridad.

Elegir el lugar de celebración no era entonces tanto un problema por la variedad de opciones, sino justamente por todo lo contrario. De los cuatro que mencioné antes, ninguno nos valía puesto que necesitábamos uno cerrado para la ocasión, y… ¡cómo privar al resto de la población de uno de los cuatro únicos sitios a los que podían acudir a relajarse durante el fin de semana!

El Green Beach
Había dos opciones, dos lugares antológicos de la época de máximo apogeo, de la “movida madrileña” de Yambio.  Éstos eran el Meeting Point y el New Paradise. Ambos en plena decadencia actualmente.

Mi decisión personal estaba clara. ¿No os pasa que tendéis a un sitio u otro por la gente que lo frecuenta? Pues aunque yo nunca tuve la suerte de poner un pié en el Meeting Point durante su época de esplendor (llegué precisamente a finales de septiembre) conozco a quienes lo hacían, esto es, los mismos que ahora lo ponen en el Green Beach, mi rincón favorito en Yambio. Pero ¿qué sentido tenía crear una “Comité de festejos”, si no se le tenía en consideración? Para mi grata sorpresa, excepto Joseph Angelo, un señor mayor al que costaría imaginar moviendo el trasero al son de la música reggaetón, todos estaban de acuerdo en que el Meeting Point era la mejor opción.

El siguiente paso era decidir el catering, la comida. A pesar de encontrarnos en la zona más rica del país desde el punto de vista agrícola (la tierra es fértil y llueve a menudo), y aunque los productos son sabrosos, la variedad de platos es tan escasa como la de los bares. Optamos por dos alternativas: El restaurante de Darfur (región de Sudán, población árabe), el cual ofrece unos platos económicos, locales y básicos, pero cocinados con especias árabes y mucho amor y, como segunda opción, la del compound de UNICEF. Este compound no es como el nuestro en el que todo es auto gestionado por el equipo. Allí, una empresa privada subcontratada por UNICEF, se encarga de la gestión de las habitaciones, la cocina, la limpieza… y este servicio se paga a parte. Su cocina tiene fama, en fin, a mí se me siguen cayendo los lagrimones cuando, en el Green Beach, los domingos, vienen sus “inquilinos” hablando de lo rica que estaba… la ¡hamburguesa! con ¡queso!, o la ensalada con ¡aceitunas! y ¡vinagre! o el pescado ¡empanado! o las ¡albóndigas en su salsa!...

El Meeting Point
Pero volviendo a lo que estábamos. Ya teníamos las dos opciones para locales de celebración y las dos para el catering. Teníamos también el día y, la hora, vista nuestra limitación reglamentaria, no requería mucha discusión. Ahora faltaba salir a hacer lo que aquí llaman el assessment, el estudio de terreno. Fuimos Michael y yo (y el coche y el chofer sin el cual no podemos ir a ninguna parte) para visitar primero de todo el Meeting Point. Ya había estado antes un par de veces y la sensación que me produjo en ambas fue la de una desolación tremenda, como la que se ve en estos pueblos de las películas del oeste con el matojo rodante en medio de la calle. Pero por otro lado, no costaba imaginarse lo que debió ser en los buenos tiempos, con la barra del bar, el escenario para conciertos, las cabañitas de paja y madera… Allí estaba Tresia, a la que había conocido en otra ocasión. Es una mujerona, rondando mi edad, de Juba, mujer de negocios, con pinta de honrada, seria y amigable. Había oído por su propia boca que estaba pensando en volver a Juba, cerrar el negocio y abrir uno nuevo, pues éste dejaba de ser rentable. Mientras hablaba, se percibía el sentimiento de nostalgia, como se percibía de cualquier boca que hablara de “aquellos maravillosos años”. Por eso sentí cierta alegría cuando vinimos a informarle de nuestra idea. Sería como una clausura por todo lo alto, mucho menos dramática que la que tenía prevista, donde por unas horas rememoraríamos lo que en otra época llegó a ser este local.

A Tresia le gustó la propuesta, pero no podría ofrecernos las bebidas ya que no quedaba ni eso. Nos ofrecía el local, limpio y a nuestra entera disposición. Todo lo demás debíamos aportarlo nosotros. Tampoco nos cobraría por el uso del espacio pues de cualquier modo, no pensaba utilizarlo.

Del Meeting Point, Michael y yo nos dirigimos al New Paradise que, por respeto a Joseph Angelo, decidimos al menos visitarlo. La sensación de desolación fue la misma, pero al contrario que en el primero, aquí costaba más imaginarse lo que fue, y lo poco que uno podía imaginarse, no correspondía con el ideal de lugar agradable, acogedor y de buen ambiente. Un grupo de chicos jugaba y charlaba en torno a una mesa de billar, pasaron un par de minutos antes de que nos prestaran atención, el manager no estaba y el chico que nos atendió parecía que se había fumado diez porros en lo que llevaba de mañana. Tras una corta discusión nos fuimos, no decepcionados, sino más bien contentos porque la decisión se había tomado por sí sola.

Comida del darfuriano
Como a Andrew, responsable del catering de UNICEF, lo conozco personalmente y nos vemos a menudo, ya solo nos quedaba un sitio por visitar, el restaurante de Darfur. Vicente y yo comemos aquí algunos domingos para saciar nuestro apetito carnívoro (en nuestro compound solo se sirve carne de vaca, ¿o debería llamarlo tocino de vaca? Ya que el pollo hay que encargarlo de Juba). El pollo del darfuriano, su salsa de berenjenas o los falafels, son lo mejorcito del mercado, por eso no me extrañó cuando los miembros del “Comité de festejos” lo recomendaron. El tipo que lo lleva también me parecía serio, y el precio, al contrario del de UNICEF, entraba dentro de nuestro limitado presupuesto, así que la decisión parecía tomada.

Sin embargo, en el último momento, Andrew debió meditarlo, pues cuando le expresamos nuestra decisión de ir a por el que mejor precio nos ofrecía, reajustó costes, consiguiendo que nos decantáramos por su oferta. Fue una gran alegría, pues aunque ambas eran aceptables, teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos, la opción occidental resultaba mucho más exótica y rica que la local. Además, nos proporcionarían también las bebidas, ahorrándonos el problema del almacenamiento. Esto se apreció enormemente, pues aunque me estaba acostumbrando a las cervezas calientes del Green Beach, poder beberlas frías, era todo un lujo, y como el compound de UNICEF es un pequeño almacén europeo con tecnología punta en comparación con lo que se encuentra por aquí, no me cabía ninguna duda de que llegarían como esperaba.

Noches en el compound
Pero…. Lo que sucedió es que, a menos de una semana del gran evento, Yambio nos recordó que esto ya no es el paraíso y que planificar a más de un par de días vista es un riesgo que solo unos pocos osados se atreverían a correr. Un día y medio de disparos por toda la ciudad, rumores de enfrentamientos entre los militares y los “Arrow Boys”, y el desplazamiento temporal de la mayor parte de la población, sumieron nuestro compound en algo tan desolador como los bares que habíamos visitado días atrás, sin más personal que nosotros los expatriados y los dos guardias y conductores que se encontraban ya dentro cuando todo empezó.

Aunque todo va volviendo a la normalidad, la fiesta se aplazó para un mejor momento y como único consuelo nos quedaron las 140 cervezas que trajimos a tiempo del compound de UNICEF, haciendo de nuestros platos de arroz con alubias algo menos monótono.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cómo sobrevivir en un compound en medio de Sudán del Sur, sin internet



En alguna entrada anterior mencioné lo complicado que puede llegar a ser desarrollar nuestro trabajo en un contexto como el nuestro, y entre los ejemplos, mencionaba la falta de conexión a internet. 

Hasta ahora, excepto por breves cortes, ésta no había dado ningún problema, pero la semana pasada cayó, y hasta ayer


Al principio no perjudicó nuestro día a día en el proyecto; los equipos que se desplazan al terreno no lo necesitan para desempeñar su trabajo, y en las oficinas del compound siempre hay mil cosas por hacer que no requieren conexión (actualización de bases de datos y de información general sobre el proyecto, revisión de perfiles de trabajo, administración bancaria, corrección de cuadernos contables…), así que casi resulta ventajoso para poner al día aquello que se va dejando de lado por respeto a las prioridades y las urgencias. Pero tras varios días, y una vez estas tareas secundarias están completadas, los problemas comienzan a surgir, sobre todo si estamos a finales de mes.


Es en ese momento que todos nuestros datos (financieros y de recursos humanos) deben sincronizarse con el equipo de capital (en nuestro caso, Juba) que a su vez, sincroniza con Head Quarters. Además, al comenzar el mes, se envían los informes mensuales, los cuales permiten hacer las revisiones y rectificaciones pertinentes sobre el proyecto. Al posponer todo esto, aunque no hay ningún impedimento para seguir trabajando, éste se acumula y el desarrollo de ciertas actividades se ralentiza. 


Existe una alternativa, que consiste en enviar los archivos digitales y documentos físicos con algún empleado nacional o internacional que se desplace a Juba. Este desplazamiento, dada la situación de conflicto que existe a lo largo de la carretera que nos comunica con la capital, se hace en avión y aunque suelen haber movimientos casi cada semana, bien para asistir a un training, para descansar durante las vacaciones o tras ser referido al hospital de Juba, puede también ocurrir que no exista ningún movimiento en absoluto, en cuyo caso, solo queda esperar. Teniendo en cuenta que los contextos en los que trabajamos son similares o peores que éste, los de Head Quarters están más que acostumbrados.

En el terreno personal, no resultaría ningún problema en absoluto sino fuera por lo mal-acostumbrados que estamos actualmente a esta facilidad de conexión con cualquier parte del mundo, video incluido, así que el proceso es una especie de desintoxicación en el que se comienza con una fase de semi-depresión seguida de un sentimiento de cierta libertad. No está mal recordarnos que antes sobrevivíamos, ¡“a pesar de todo"!