Dicen que los
humanitarios, con el tiempo, se vuelven frívolos. Sin embargo, no lo llamaría
tanto frivolidad sino, por un lado, sentido de supervivencia (a lo que
cualquier persona se agarraría bajo un contexto de violencia, incertidumbre e
imprevisibilidad constante) y por otro, relativismo, pues la vara que mide la
gravedad de los problemas se ve de pronto recalibrada por baremos diferentes.
A veces, sólo cuando Google me envía el resumen de
noticias sobre Sudán del Sur, soy consciente de que estoy trabajando en un país
en guerra. Es obvio, si no, no estaríamos aquí. Sin embargo, cuando tu día a
día se desarrolla en este entorno y tú intentas llevar una vida mínimamente
normal, el concepto de guerra no está permanentemente en tu cabeza, al igual
que no lo está en la cabeza de las personas con las cuales trabajamos. Es imposible
vivir en constante alerta, y la mejor manera de salir adelante es ocupándote de
los asuntos cotidianos, con toda la normalidad que te permitan las
circunstancias.
Llega un momento en el
que, en determinados contextos, uno se acaba acostumbrando incluso al sonido de
los disparos, de manera que, sabiendo que no somos objetivo, dejan de crear la inquietud
y el malestar que se sentía al principio. Esto puede parecer una locura pero,
de nuevo, se trata de una adaptación a la realidad, muy alejada de aquella a la
que estamos habituados cuando vivimos en un contexto de paz.
También forma parte del
“sentido de supervivencia” el pensar a nivel local y no global. Desde este fin
de semana, numerosos medios internacionales informaban sobre cómo las
esperanzas de consolidación del proceso de paz en Sudán del Sur parecen estar
diluyéndose por falta de acuerdo entre los principales líderes. La imagen que
se obtiene cuando se mira desde fuera es entonces la de una generalización aplicada
a todos los rincones del país. Pero cuando trabajas a nivel local, vives
enfocado en tu proyecto, haciendo todo lo posible para que éste salga adelante,
pues si lo haces a nivel global, la frustración acaba apoderándose de la
motivación.
Un baremo que sin embargo
sí produce un efecto directo en los que trabajamos en el terreno, es el que
resulta de interactuar con los locales. Por ejemplo, no dejaré de admirar su
capacidad de recuperación ante acontecimientos violentos, pero se le cae a uno
el alma al suelo cuando el conflicto se reactiva y sus caras reflejan la inquietud,
frustración y agotamiento acumulados. Este es realmente uno de los indicadores que
más puede afectar a un trabajador humanitario, pues es un choque frontal con la
realidad, de que las cosas no están bien. Entonces uno tiene que sacar fuerza
de dentro, para no dejarse llevar por las emociones, y poder continuar con el
trabajo con toda la energía que se requiere.
Algo parecido me sucedió
hoy cuando Michael, mi asistente, me informaba que había sacado todo el dinero
del banco, al igual que otra mucha gente, por temor a perderlo todo. Hasta
ahora, el banco era el lugar más seguro, o desde luego, mucho más seguro que
tenerlo en una casa de la que tienes que salir corriendo cada vez que se oyen
disparos. Así que una medida tan extrema como esa, es una clara señal sobre lo
que muy probablemente acabe ocurriendo tarde o temprano. Entonces sí, te das
cuenta que efectivamente, trabajas en un país en guerra.
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