Al menos una vez al mes,
intento salir de la oficina para conocer, de forma más cercana y práctica,
nuestro proyecto. Hay cinco equipos que salen cada día a cinco destinos
diferentes asignados por el supervisor, todos en la región de Yambio pero
localizados a una distancia considerable del pueblo, lo que impide a su
población- junto a la precaria condición
de las infraestructuras- tener acceso a servicios básicos de salud. El proyecto
trabaja sobre la prevención y el tratamiento de VIH/Sida.
Esta vez quería unirme a
un equipo que se trasladara lo más lejos posible de Yambio, un equipo que fuera
hacía un lugar lo más aislado posible de la carretera principal, pero que
contara con algún centro médico cercano (por razones que explico más abajo).
Ribodo (que significa, fuente del río Bodo) era este lugar.
Como siempre me ocurre,
por más que me esfuerce por evitar ideas preconcebidas, mi día transcurrió de
una manera completamente diferente a cómo me había imaginado. Aunque sabes que
verás una escuela y un centro médico, como tantas otras veces, éstos y la gente
que allí encuentras, varían enormemente de un lugar a otro.
Para empezar, una de las
anécdotas divertidas del día fue que, junto a nuestra base, se encontraba una vieja
iglesia con vigas de madera y techo de paja que ese día iba a ser destruida y
reconstruida con la ayuda de toda la comunidad. Por este motivo, el lugar en el
nos encontrábamos sería escenario de un ir y venir continuo de hombres, mujeres
y niños; los primeros para la construcción, los segundos para la limpieza y
comida y los últimos, acompañando a sus madres o simplemente, jugando. Esto
resultó no solo entretenido, sino muy ventajoso para nuestro trabajo pues
muchos aprovecharon para hacerse la prueba de VIH y recibir información.
Abajo muestro algunas
fotos del proceso de construcción de la iglesia. Desgraciadamente, no pude
verla terminada y es que un habitante de la comunidad, posiblemente ni
demasiado integrado ni muy religioso, había robado, esa misma mañana, la paja que
serviría de techo. Al parecer era alguien conocido por todos, y reincidente.
Este suceso me permitió sin embargo conocer el procedimiento a seguir por la
comunidad ante tales hechos: El secretario de la parroquia se disponía a
escribir una carta explicativa (por supuesto, con su puño y letra) que
posteriormente entregaría al jefe de la comunidad, el cual tomaría las medidas
necesarias. Este respeto por los procedimientos y la jerarquía me dejó
asombrada y, de nuevo, tumbó mis prejuicios generalistas, pues jamás lo hubiese
imaginado en un país donde tomar la justicia por manos propias (o armas
propias) no es algo tan descabellado.
Educación y salud
Hay dos indicadores que
me parecen especialmente representativos del nivel de desarrollo de cualquier población:
la salud y la educación, por eso siempre que viajo, nunca dejo de visitar, al
menos, un colegio y un centro de salud. Si el colegio de Lirango (la comunidad
que visité el mes pasado) me pareció precario, el de Ribodo resultaba
indescriptible, pues prácticamente no había infraestructura. Cuando llegué, lo
que me encontré fue grupos de unos 15 chicos/as de edades muy variadas,
sentados bajo árboles frondosos, en cuyos troncos colgaba una pizarra. Tan solo
se veían algunas paredes semi-destruidas que hacían las veces de aula para los
alumnos más avanzados.
Aunque algunos llevaban
uniforme de colegio y se veían mochilas, cuadernos y libros (la mayoría extremadamente
envejecidos), no todos contaban con este material. Otro punto que me llamó la
atención, aunque lo haya visto ya muchas veces en las aldeas rurales de otros
países, es que no hay ningún tipo de orden ni control, es decir, los chavales
van y vienen de cualquier punto cuando les place y sin grandes reprimendas. El que va a la escuela, es porque quiere, no
hay más obligación que el del respeto hacia el profesor, hacía unos padres
conscientes de la importancia de la educación o, ya en edad más adulta, la que
se impone uno mismo. En parte se debe a que, al mismo tiempo, deben lidiar con
otras obligaciones, como son ayudar en el campo, en la casa, o con los hermanos
más pequeños. Pero esta flexibilidad no solo se aplica a los alumnos, sino que
los profesores también deben cumplir con otras funciones como miembros de la
comunidad. Así, ese mismo día vi profesores que ejercían como tal cuando fui a
visitar el colegio, pero que más tarde formaban parte del grupo que reconstruía
la iglesia o visitaban los tukuls
para distribuir medicamentos entre los más pequeños, en el marco de una campaña
contra la polio.
Gracias precisamente a
esta campaña, pude conocer también más de cerca el lado personal de los tukuls, pues les acompañé en alguna
visita para enriquecerme de la experiencia y sacar el máximo partido posible a
mi salida del compound. Por otro lado, más que apaciguar mis ansias por
conocer, no hicieron más que alimentarlas pues me daba ganas de plantear mil
cuestiones, que solo el tiempo y la confianza me hubieran permitido resolver.
Sin embargo, la pobreza, aunque presente, no es desoladora ya que todo el mundo tiene algo que comer (tuve la oportunidad de probar el plato típico de la región, en el que la mandioca lo es todo, pues hasta sus hojas se aprovechan para hacer una salsa que mezclada con crema casera de avellanas resulta realmente exquisita.) En esta zona del país, la pobreza está más relacionada con la salud y la falta de salubridad. Existe un abandono total por parte del Estado y solo el apoyo de las ONG y el de los propios habitantes de la comunidad traen un poco de humanidad y dignidad a la vida en el bush.
Para ver más fotos, pincha aqui
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Una señora prepara comida para los hombres que trabajan en la construcción de la iglesia |
Equipo de voluntarios para la prevención de la polio |
Gracias al equipo que me adoptó ese día como parte de su equipo en el terreno |
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