Todo el mundo está más o menos al tanto de la
existencia de partidos de extrema derecha con cada vez más presencia en
diferentes esferas políticas, siendo la más destacada la del Parlamento Europeo
tras las últimas elecciones en junio del presente año. Estás elecciones
mostraron por ejemplo, hasta qué punto el partido de extrema derecha en Francia, el Frente
Nacional, ha ganado apoyo en su país, donde actualmente lidera la intención de
voto. Pero no es el único caso, en otros países como Holanda, Austria, Grecia o
Dinamarca, está sucediendo lo mismo.
Sin embargo, hay otros frentes quizás aún más
peligrosos. Se trata de individuos, movimientos y organizaciones de extrema
derecha como España 2000, en los cuales se detecta claramente su tendencia, y otros
cuyos mensajes son emitidos de manera más sutil y en lenguaje muy simple, lo
que facilita su transmisión a un sector más amplio de la sociedad. Un ejemplo
de estas últimas organizaciones es el Instituto de la Política Familiar, cuyo
objetivo principal es la promoción y defensa de la familia. Hasta aquí bien, el
problema es que esta misma organización, en sus charlas, presenta al mismo
tiempo datos sobre las tasas y evolución de la inmigración en diferentes países
de Europa. Pero, cuál es la relación entre la familia y la inmigración? Pues
bien, intentando ser breve, y teniendo en cuenta que la tasa de natalidad
europea se encuentra en progresivo descenso, estas organizaciones crean en la
conciencia de muchos la idea de que ante la “avalancha” (utilizando sus propias
palabras) de inmigrantes, la única manera de conservar la “identidad europea”
es procreando, hecho que solo puede
ocurrir en el seno de la familia.
El peligro de este discurso sobre la “identidad
europea” alcanza límites inimaginables, y para entenderlo mejor, no hay más que
retroceder en la historia para ver la evolución del movimiento nazi en
Alemania. Éste no surgió de la noche a la mañana sino que fue creando poco a
poco en la conciencia de la gente la creencia de que la “raza aria” estaba
amenazada, en este caso, por los judíos. Como resultado de la evolución de esta
ideología y su posterior politización, millones de ellos sufrieron las
consecuencias en la forma de un genocidio humano.
La cuestión de la “identidad europea” o de los
“valores europeos”, como queramos llamarlo, va ligada al temor de la pérdida de
cultura propia y surge, como muchos otros movimientos, en contraposición a otra
con la que no nos sentimos identificados (tal es el caso de Cataluña frente a
España), descartando toda posibilidad de integración y enriquecimiento
recíproco. Los que defienden los “valores europeos” están asumiendo varios
hechos:
1) Que
nuestros valores, entendido como valores democráticos, son y solamente pueden
ser europeos.
Esto es falso
y existen numerosos países no europeos donde estos valores pueden encontrarse
igualmente. Por citar algunos, Japón, Chile, Canadá, Corea del Sur o Uruguay.
Además, al llamarlos “valores europeos” asumimos que éstos no pueden ser extrapolables
a otros países y cerramos por tanto toda posibilidad de “contagio” de los
mismos.
2) Que
los inmigrantes, al contrario de los europeos, son, por naturaleza,
delincuentes o portadores de valores negativos.
Cualquier persona con
un poco de sentido común sabe que esto no es así, y sin ir más lejos no hay más
que mirar nuestro propio país, consumido por la corrupción, por no hablar de
delitos comunes. Por otro lado, existen numerosos casos de inmigrantes que ha
sabido adaptarse fácilmente a nuestra sociedad, contribuyendo incluso a su
enriquecimiento. Esto último no se ve quizás tanto en ciudades pequeñas pero sí
en capitales de provincias, y más obviamente en ciudades europeas como
Bruselas, Londres o París.
3) Que
todo lo que se crea y sale de Europa es constructivo y bueno para la sociedad
en contraposición al resto del mundo.
Europa contribuyó, ya
que hablamos de la cuestión de la identidad, a la casi desaparición de la
identidad indígena en América Latina, en Europa se ha conocido uno de los
peores genocidios de la historia, y actualmente, como mencionaba al principio,
un crecimiento alarmante de movimientos de extrema derecha está teniendo lugar.
Por otro lado, personajes como Nelson Mandela, Salman Rashdie, Aung San Suu
Kyi o Wangari Maathai, son ejemplos de no-europeos que han luchado,
no desde un cómodo sofá, sino de manera activa y arriesgando sus vidas, en la
promoción de los mismos valores.
Día de la coronación en Bélgica. 2013. |
Con esto no digo que Europa no haya contribuido a la construcción de los derechos humanos y de la democracia, que sea incluso la cuna de mucho de estos valores, pero pecaría de inculta si pensara que esto ha sucedido gracias a su aislamiento del resto del mundo y no a la interculturalidad e intercambio más allá de sus fronteras. Y pecaría de inculta si pensara que esto no ha sucedido tras numerosas atrocidades cometidas a lo largo de la historia.
Los que temen la pérdida de su identidad, los que
ven amenazados sus valores, es posible que sufran de otro tipo de males que
nada tienen que ver con la inmigración.
Por tanto, hablemos de valores democráticos, no de
valores europeos. Hablemos de personas, no de identidades.
Para más información sobre este asunto:
Rethinking European Identity in the Age of Immigration
http://www.migrationpolicy. org/multimedia/rethinking- european-identity-age- immigration
Para más información sobre este asunto:
Rethinking European Identity in the Age of Immigration
http://www.migrationpolicy.
Review de The Guardian del libro de Amartya Sens, "Identidad y violencia", premio Nobel en Economía: