Existen dos elementos que considero
imprescindibles para el pleno disfrute de un viaje (especialmente de un viaje a
algún lugar fuera de nuestras fronteras europeas): flexibilidad y capacidad de
adaptación.
En mi opinión, el placer de viajar radica en gran
parte en el hecho de que te permite salir de la rutina para adentrarte en un
mundo nuevo, en una página en blanco en la que cada cual decide como
transcurrirá cada momento del día y en la que deja un espacio importante a ser
sorprendido por la belleza de un paisaje desconocido, la conversación con
locales, un buen plato de comida... Por eso, el que sigue una guía de viaje,
las recomendaciones de un amigo o un documental al pie de la letra corre el
riesgo de restar parte del encanto que supone descubrir por uno mismo; estas
opiniones o recomendaciones expresan la opinión y punto de vista de una persona
y si no prestamos atención a nuestros deseos, podemos caer en el peligro de dejar
poco lugar a la imaginación y limitar nuestra percepción personal.
Lo que
nos llama la atención y nos atrae de los viajeros de la edad media o de finales
del siglo XIX, es la aventura que envuelve dichos viajes, la capacidad de
improvisación, la adaptación a nuevas circunstancias, la novedad y la
imprevisibilidad. Estos son elementos que nos hacen salir de la rutina de cada
día; levantarnos a la misma hora cada mañana, saber lo que ocurrirá en cada
momento del día, lo que vamos a comer, a quien nos vamos a encontrar... Pensamos
que este tipo de experiencias es imposible vivirlas hoy en día, ya que todo
está sobre el papel, todo está descubierto. Sin embargo, si nos lo proponemos, cada
viaje puede dar lugar a tantos libros de viajes nuevos como maneras de percibir
la realidad existen.
El problema es que vivimos en una sociedad
tan segura y de la que esperamos tanta protección que tememos aquello a lo que
no estamos acostumbrados, perdiendo por tanto el encanto que supone ser
sorprendidos por nuestra propia experiencia personal de los hechos. Como
consecuencia de esto, por poner un ejemplo, la tendencia a seguir a pies
juntillas lo que está escrito o lo que se
rumorea entre nuestro entorno más cercano, en lugar de comprobar con nuestros
propios ojos lo que nuestra percepción de la realidad expresa, puede llevar a
la creación de estereotipos y prejuicios sobre personas y actitudes. Esta
ruptura solo se consigue, como decía al principio, a través de una cierta
flexibilidad mental, de poner en duda nuestros propios prejuicios y, por
supuesto, los de los demás, de tener la capacidad de escribir nuestra propia
realidad y de escuchar nuestras propias percepciones.
Por todo esto y antes de terminar, no puedo
más que citar a dos escritores para mí de referencia, ya que han desarrollado mis ganas de aprender en cada viaje lo que este puede enseñarme dejando a un
lado valores externos. Estos escritores son Ryszard Kapuscinski, y otro algo
menos conocido pero igualmente recomendable como Robert Kaplan. Lo que les hace
merecer toda mi admiración respecto a los viajeros de siglos anteriores es que
ellos rompieron con percepciones ya expresadas para escribir las suyas propias,
y esto lo hicieron gracias a un espíritu rompedor que les llevaba a conversar,
durante sus viajes, con todo tipo de personas, desde el panadero hasta el
ministro, los de una ideología política y los de otra, los pobres y los
privilegiados, pero también dejándose llevar por la improvisación, por los
cambios de último momento y rompiendo con la seguridad que da el saber lo que
ocurrirá en cada momento para descubrir que lo que no estaba escrito o
planificado puede llegar a ser aun mejor que lo que si lo estaba.
1 comentario:
Muy buen blog ! saludos !
http://fotosdecarlosb.blogspot.com.es
Publicar un comentario