domingo, 25 de abril de 2010

Adil

Llevo mucho tiempo queriendo escribir sobre él, pero nunca supe cómo empezar, como nunca supe cómo empezar a escribir sobre el país que más emociones me trasnmiten, Marruecos.

A ambos los conocí por azar, sin saber qué hayaría en ellos y sin saber a dónde me llevarían. Y con ambos, desde el primer momento, me sentí cómoda y acogida. Con ambos la conexión fué inmediata y el cariño que me unió a ellos, irrompible, pero con ambos siento este amor imposible que me impiden por algún motivo entregarme a ellos absolutamente, quizás por miedo y falta de costumbre de este sentimiento tan puro que yo misma no se cómo manejar.

Lo que más me gustó de ellos fué la transparencia y la naturalidad con la que se me presentaron. Sin adornos ni falsas apariencias, a pesar de todo...

Adil vive desde hace varios años en Zaragoza, pero antes de llegar a tener la relativamente cómoda situación que tiene ahora, pasó por muchas dificultades pués, como tantos otros, llegó a España sin papeles, acudió a amigos que luego desaparecieron, trabajó casi como un exclavo en diferentes lugares, durmió en la calle y viajó sin rumbo hasta que por fin consiguió asentarse en esta ciudad. Y en pocos años, cuando parecía que los buenos tiempos por fin llegaban, también ha sabido lo que es tener un jefe déspota y avaricioso, al que aguantó hasta un punto que nunca llegaré a comprender, como tantas otras cosas de él, seguramente porque lo que no entiendo es la sencillez de sus pensamientos. Pero al final se fué, tiró la toalla, harto de que España, en la persona de este señor, se negara a corresponderle como cualquiera habría esperado de una persona que confía tanto en los demás. Y volvió, gracias al apoyo de los buenos amigos que había dejado atrás. 

Y esa es una de sus cualidades, que no ve mal en los demás, que es gran amigo de sus amigos, que el tiempo no le ha corrompido y que jamás pedirá ayuda pero siempre estará dispuesto a ofercértela, leal a sus valores, pero respetuoso con los de los demas.

Recuerdo cuando me llevó a Kenitra, una ciudad que no llama la atención por su belleza pero sí, como tantos otros lugares en Marruecos, por su gente. Recuerdo los lugares a los que me llevó, el lago al atardecer, recuerdo lo discreto que era cuando hablaba con su amigo de temas polémicos y cómo él trataba de mantenerse al margen. Recuerdo la excursión que hice con su familia, cómo cuidaba de su madre viuda, la paciencia que tenía siempre, la paz interior que transmitía a los que estaban a su alrededor. Recuerdo cómo me cuidó en todo momento durante mi estancia allí, su respeto, la ausencia de preguntas, y también de demandas, la sencillez en todo él, la falta de rencor o de codicia. Todo en él era, es, humildad, por fuera y por dentro.

En definitiva, es de estas personas que te alegras que se cruzaran en tu vida por la lección tan humana que te enseñan. Y cuando ves que las cosas se ponen negras, o cuando la cabeza se empieza a llenar de preocupaciones absurdas, es la persona en la que pensar para volver al mundo terrenal, y real.

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