jueves, 11 de febrero de 2016

Un mundo de aventuras


La vida del humanitario es un mundo lleno de aventuras, y no tanto por el entorno en el que nos encontramos o las condiciones bajo las cuales vivimos, sino por las cosas que pueden llegar a suceder de la manera más inesperada.

Ahora que el conflicto está calmado, que los Arrow Boys parecen haberse alejado de Yambio, que las autoridades locales han vuelto, que el mercado ha recobrado su alegría habitual y que el sonido de los disparos no vienen a importunar la calma de los inocentes, un nuevo suceso nos sorprendió anoche en el compound.

Eran las 2 de la mañana cuando me despertó un sonido parecido al de las gotas de agua al caer sobre aceite caliente, unido al de murmullos de fondo. Al principio pensé que serían los guardias que venían a coger carbón de nuestra área, para calentarse mientras vigilan la entrada del compound, y que habían iniciado un fuego en la zona de la cocina para llevárselo caliente. Sin embargo, al percibir pasos ligeros y darme cuenta de que el sonido venía de la dirección contraria, del otro lado de la valla, me levanté movida por la curiosidad.   

Entonces me sorprendió la presencia de un cielo rojizo en contraste con la oscuridad de la noche, originado por la presencia de un fuego enorme, a tan solo unos metros de nuestro compound.

Estamos en época seca y los campesinos aprovechan para limpiar sus tierras. Esto les resulta mucho más fácil y rápido hacerlo a través de la quema, que con los utensilios correspondientes. El problema es que esta quema, teniendo en cuenta lo salvaje y el abandono de algunas parcelas, a veces, se les va de las manos. Por otro lado, el fuego que nos amenazaba había sido provocado por alguien que, para impedir precisamente que el fuego ajeno ocupara su casa, se había adelantado quemando una franja contigua, la cual estaba cercana a nuestro compound.

Afortunadamente, nuestros dos guardias y el conductor, que en su vida privada también son campesinos, reaccionaron rápido y tras despertar al Field Coordinator, se dirigieron al exterior del compound para cortar, a la velocidad del rayo, todos los matojos que rodeaban nuestra valla de madera, para que, cuando el fuego se acercara, éste fuera de un tamaño lo suficientemente bajo como para sofocarlo a golpe de ramas de mango (cuyas hojas están frescas).

Cuando parecía que el fuego estaba bajo control y que el viento, que venía del este, nos favorecía a la hora de alejar las llamas de la zona más salvaje, un nuevo fuego apareció, precisamente desde la zona este. Entonces, en cuestión de milésimas de segundos, las llamas alcanzaron una altura tal que sus chispas fácilmente podían alcanzar los tejados de paja de nuestros tukuls, y sin pensarlo ni un momento, cada uno de los que estábamos dentro del compound, fuimos corriendo a hacernos con cubos y otros recipientes para llenarlos de agua y lanzarla allí donde veíamos una de estas chispas amenazantes cayendo sobre nuestros techos.

Todo esto duró cerca de una hora, y gracias al trabajo en equipo, y al enorme esfuerzo por parte de nuestros compañeros que estaban fuera cortando los matojos, el suceso quedó en un susto y una experiencia más a añadir en nuestra ajetreada vida.

No corrieron la misma suerte nuestro compañeros en Batangazo (República Centroafricana), la semana pasada, cuya misma amenaza sí que alcanzó las instalaciones de su compound, provocando el trágico cierre temporal del proyecto.

Siempre se aprende algo nuevo, y es que las amenazas humanas, de las cuales estamos en continua alerta, no deben hacernos olvidar otras potencialmente igual de importantes.

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