jueves, 4 de mayo de 2017

Mi primera incursión fuera de Batangafo


Nuestro proyecto consiste principalmente en hacer funcionar el hospital de Batangafo, pero no es lo único. Hasta hace un mes, teníamos además 5 clínicas de menor tamaño distribuidas en las comunidades que se encuentran a decenas de kms del hospital, de difícil acceso, con el fin de proveer servicios mínimos a su población. Sin embargo, hace poco se cambió la estrategia; actualmente solo existe una de esas clínicas, y en el resto de las comunidades donde trabajábamos, bien otras organizaciones han tomado el relevo o bien hemos cubierto la zona con personas que cumplirán la función de Agentes de Salud Comunitaria (ASC). Éstos ASC, procedentes de la misma comunidad, serán el punto focal para detectar los casos de malaria en embarazadas y niños de entre 0 y 15 años, es decir, la población más vulnerable,  durante el periodo conocido como “picpalú” (picos de incidencia de paludismo- malaria -entre los meses de julio y octubre), causa principal de mortalidad. A los ASC se les provee de medicamentos esenciales para tratar la malaria, y en los casos más graves, contactarán con el personal del hospital y referirán a éste los pacientes.

Pues bien, ayer acompañé a mi compañera para finalizar el reclutamiento de los ASC y para terminar de informar en las comunidades sobre esta nueva estrategia.
 
A primera hora de la mañana, no lejos del hospital, nos enfrentamos con el primer reto; cruzar un ancho río con los dos 4x4 en los que íbamos a adentrarnos en las comunidades. Normalmente existe un ferry con motor para tal fin, pero éste murió como consecuencia del abandono. Así que, aunque sigue existiendo y está “en pié”, para moverlo de una orilla a otra, un grupo de 15 chavales, tienen que tirar de él con unas cuerdas. Todo este proceso, desde que conseguimos subir los coches en el ferry hasta que alcanzamos el otro lado del río, llevó nada menos que una hora, durante la cual todas las “mamás” que estaban allí para lavar la ropa y los niños que las acompañaban, tuvieron un rato de entretenimiento fuera de lo corriente.  

 


Ya en marcha, tuvimos que hacer tres horas de trayecto por una carretera de tierra llena de baches, pero el paisaje era tan bonito que apenas notamos la distancia. A pesar de que aún no hemos entrado en el periodo de lluvias, todo era verde a nuestro alrededor. Intentaba imaginarme como sería aquello antes de que llegara la civilización. Probablemente habría más animales salvajes (nos contaba el conductor que ahora apenas se ven algunos cocodrilos e hipopótamos en el rio, más adentro), los hombres no llevarían puestas camisetas envejecidas de equipos de futbol europeos, ni las mujeres llevarían sandalias de plástico, pero por todo lo demás, imaginaba pocos cambios. En las aldeas por las que pasábamos, se veían niños a medio vestir, o sin nada de ropa, algunos con las barrigas hinchadas. Se veían hombres sentados en círculo bajo un árbol, en lo que parecía ser una reunión clave para la aldea. Aquí, los techos de todas las casas, eran de paja. Nos encontramos también con grupos de personas con síntomas evidentes de ebriedad, como consecuencia de una bebida alcohólica que fabrican ellos mismos, y que se puede oler a leguas. Pero lo que más me llamó la atención es la cantidad de niños con los que nos cruzábamos. Jamás he visto tantos en un espacio tan reducido, así que cuando gritaban al vernos pasar, el sonido se podía escuchar por un rato aun cuando dejábamos de verlos.

Cuando llegamos a la aldea en la que haríamos el último reclutamiento, toda la comunidad se acercó curiosa a nosotros. Por supuesto, también los niños. Aquí la tecnología no existe, y no hay redes telefónicas, por lo tanto, cualquier anuncio debe hacerse por medio del boca a boca. A la ida de nuestro trayecto, avisamos en la comunidad que pasaríamos a la vuelta a hacer las entrevistas (debíamos visitar varias comunidades antes). Les dimos los datos de las personas a las que queríamos entrevistar, cuyos nombres nos había facilitado previamente el jefe de la comunidad a modo de recomendación. Así que cuando llegamos, a la vuelta, ya estaban preparados. Los sentamos bajo un mango, en las sillas de plástico que teníamos en el coche. Algunos no sabían leer o escribir, algunos ni siquiera hablaban francés, así que necesitábamos un traductor.  Los test son básicos, simplemente para ver su capacidad de memorización, saber sumar y restas cifras simples, y algún ejercicio de lógica. En la entrevista, que hicimos inmediatamente después del test, buscábamos saber cuál era la posición de la persona en la comunidad, su aceptación, su manera de comunicar… Y al final, anunciábamos el resultado delante de toda la comunidad para asegurarnos que todos estaban contentos con la decisión. Esto es importante, pues si el ASC que va a apoyar a su propia comunidad facilitando medicamentos, no es aceptado, de poca ayuda servirá.

En el camino de vuelta nos cayó una tormenta que nos pareció agua bendita tras el calor que habíamos soportado durante todo el día. De nuevo ese olor a tierra mojada, y esa humedad intensa del agua evaporada tras tocar el suelo ardiente.

En la última comunidad en la que paramos, ya de vuelta, recogimos a una mujer que acababa de dar a luz en medio de la carretera. La chica iba en taxi-moto de camino al hospital cuando ésta se estropeó. Sin dudarlo, la montamos en el coche. El bebé todavía tenía el cordón umbilical, y la madre sangraba, pero ambos llegaron a salvo al hospital de Batangafo.

Lo de los taxi-motos es algo que no me deja de chocar. Cuándo pienso en los cuidados que se les exigen a las embarazadas de los países occidentales, sobre todo durante los últimos meses de embarazo… Pero estas motos son el único recurso para cualquier embarazada, o cualquier enfermo que necesite un cuidado más intensivo y de ellos dependemos para traer al hospital pacientes de los lugares más remotos.

Tras esta experiencia, por mucho que una la haya repetido varias veces, uno siempre vuelve a casa con la cabeza llena de interrogantes. Cuánto contraste.

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