A lo largo de mis 15 años de vida profesional, he tenido la oportunidad de trabajar en diferentes sectores, tanto en el privado como en el público, pero sobre todo en el sector terciario, en ONGs (Organizaciones No Gubernamentales). Dentro de este último, he trabajado en cooperación al desarrollo y en incidencia política.
Desgraciadamente, reacciones como las que se están viendo tras la llegada de personas procedentes de países en conflicto, son solo una muestra más de que vivir en un planeta igualitario, por muy promotores de los derechos humanos que seamos, como colectivo, es tan utópico como hace 500 años y seguirá siendo así mientras no aprendamos que cada uno de nosotros, a través de nuestras acciones diarias, somos tanto o más responsables.
Recuerdo que tras la experiencia en cooperación al desarrollo, en Honduras, sentí cierta decepción al comprobar que había proyectos que llevaban años desarrollándose pero que no creaban importantes avances en las comunidades en las que se implantaban; La gente seguía siendo pobre.
Me dije a mi misma que en realidad el cambio debía venir, por un lado, de la voluntad de los propios beneficiarios por cambiar las cosas, y por otro lado, de aquellos que tienen el dinero y por tanto, el poder de decisión. Comencé entonces a trabajar en incidencia política, lo cual consistía, dentro de mi campo, en convencer a los responsables de las decisiones políticas sobre la importancia de invertir en desarrollo (no solo a través de proyectos sino también con leyes, acuerdos y convenios).
Con el tiempo descubrí que esto tampoco era la solución. Efectivamente, hay políticos enormemente comprometidos, pero también los hay cuyas motivaciones son muy diferentes a las del bien común.
Pronto comenzaré a trabajar en ayuda humanitaria, el tercer de los pilares que sostienen el concepto de desarrollo visto de manera global. Aquí no se trata de influenciar sobre un modo de acción u otro, sino que se busca simplemente asistir, de manera inmediata, a enfermos para que puedan vivir de la manera más digna posible.
Sin embargo, la realidad es que no hay una sola respuesta para el problema de la desigualdad. El proyecto en la comunidad x (entendiendo éste como proyecto que promueve el empoderamiento y autosuficiencia de la población), combinada con la ayuda de los países occidentales (apoyo financiero pero también técnico), más la asistencia de organizaciones internacionales en casos de emergencia cuando el país no da abasto, son iguales de importantes.
Pero hay algo más que he aprendido durante estos años y es que la solución no solo está en los políticos o en los profesionales de la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria. La solución está sobre todo en cada uno de nosotros y en nuestras acciones individuales, que sumadas, llevan al cambio colectivo y al bien común. Desde el político que promueve unas u otras leyes hasta el vecino que se cruza con el inmigrante.
Throughout my 15 years of professional life, I have had the
opportunity to work in different sectors, both private and public, but
especially in the tertiary sector, NGOs (Non-Governmental Organizations).
Within the latter, I worked in development cooperation and in political advocacy.
I remember that after my experience in development
cooperation in Honduras, I felt some disappointment after seeing projects that were
running after many years but created no significant progress in the communities
in which they were being implemented; People remained poor.
I told myself that in reality the change must come, on the
one hand, the will of the beneficiaries to change things, and on the other
hand, from those who have the money and therefore, the power of decision. Then
I started working in advocacy, whose objective was, in my field, to convince those
responsible for political decisions about the importance of investing in
developing (not just through projects but with laws, agreements and
conventions).
Eventually I discovered that this was not the solution either.
Indeed, there are greatly compromised politicians, but there are also those
whose motivations are very different from the common good.
Soon I will start working on humanitarian aid, the third of
the pillars that support the concept of development seen globally. Here, there
is no intention to influence on a course of action or another, but it seeks
merely to attend, immediately, to patients so that they can live in the most
dignified way possible.
However, the reality is that there is no single answer to
the problem of inequality. The project in the community x (understanding it as
a project that promotes the empowerment and self-sufficiency of the
population), combined with the help of Western countries (financial but also
technical support), plus the assistance of international organizations in
emergencies when the country cannot cope, are equally important.
But if there's something else I've learned over the years is
that the solution is not only in the politician or in the professionals of
development cooperation and humanitarian aid. The solution is primarily in each
of us and in our individual actions, which together, lead to collective change
and the common good. From a politician who promotes one law or another, to the
neighbor who addresses the immigrant.
Unfortunately, reactions like those that are being seen
after the arrival of people from countries in conflict are just another proof
that living in an egalitarian world, however promoters of human rights we are,
collectively, it is as utopian as 500 years ago and it will remain so until we
learn that each of us, through our daily actions, are equally or more
responsible.