Esta es la tercera vez que visito Yemen. La primera vez estuve 6 meses en un proyecto en el norte del país, del que tuvimos que ser evacuados tras ser bombardeado nuestro hospital. La segunda vez, estuve basada en la capital, siete meses. Sin embargo, es esta última visita esporádica de un mes, la que está resultando más intensa, puesto que he tenido ocasión de visitar tres proyectos diferentes, sin contar la capital; uno en la costa sur del país, otro a dos horas hacia el norte de la capital y el ultimo al norte, en la frontera con Arabia Saudí.
Es curioso que un país que me proponía visitar antes de que estallara la guerra, al final lo he acabado visitando tres veces por motivos muy diferentes. Sin embargo, el aprendizaje que he sacado de todos estos viajes es similar o incluso más enriquecedor del que hubiera esperado de haber venido como turista, por el contacto que me permite tener con las diferentes escalas de la sociedad, y en zonas geográficas tan dispares, desde la costa a la montaña, pasando por el desierto.
En nuestro proyecto del Sur, en Aden, a pesar de haber vivido en la primera planta del hospital, sin posibilidad alguna de poner un pie en el exterior debido a la falta de seguridad, he podido oler el caos, el miedo, la corrupción, la pobreza y la violencia al mismo tiempo. En esta ciudad, el comunismo, el extremismo islamista, la inmigración ilegal, la influencia extranjera, la invasión de los países del golfo, el deseo de independentismo, el odio… buscan su espacio desesperadamente, ahogando toda posibilidad de estabilidad, como si un imán invisible atrajera todos los males posibles.
Por tanto, no puede uno dejar de sorprenderse al oír que esta ciudad portuaria es la puerta de entrada de muchos inmigrantes africanos (procedentes mayoritariamente de Eritrea, Etiopia y Somalia) que huyen de sus hogares con la esperanza de encontrar una vida mejor. No puede uno más que cuestionarse sobre la gravedad de su situación hasta el punto de llevarles a cruzar un país en plena guerra para llegar a otro (Arabia Saudí) donde estarán lejos de ser recibidos con un mínimo de dignidad.
Estos inmigrantes llegan en barco a Aden de manera clandestina. Algunos quedan retenidos en la ciudad, otros bloqueados, quizás presos de la corrupción, quizás víctimas del tráfico de personas, pero muchos otros podrán y tendrán el valor de cruzar el país de sur a norte, a pie, pasando por líneas de frente y arriesgándose a morir por un disparo o una bomba cuyo objetivo les es completamente ajeno. Pero los hay que tienen suerte, y a lo largo de este periplo hacia el norte, encuentran ciudadanos que les ofrecen parte del trayecto en coche, o algo de comer. Luego, una vez en el norte, en la frontera con Arabia Saudí, otra historia comienza para ellos y de nuevo las posibilidades son varias. Algunos conseguirán pasar la frontera (aunque lo que ocurra una vez en el país vecino, es otra historia), otros no. Entre estos últimos, los hay que encuentran la manera de sobrevivir en este país en guerra, y es a través del tráfico ilegal, algo tan común en cualquier lugar fronterizo que se precie. Pues aunque Arabia Saudí y Yemen son los enemigos oficiales de esta guerra, ello no impide la necesidad de intercambiar productos que uno u otro no encuentran en el suyo propio.
Para algunos yemenís, estos inmigrantes africanos son un gran valor pues, al no tener nada que perder, podrán utilizarlos fácilmente para transportar el qat hasta la frontera saudí, de nuevo, atravesando líneas de frente, de manera que si son abatidos durante el trayecto, nadie les echara en falta (oficialmente, no están en Yemen). Por su parte, los inmigrantes encuentran de esta manera un modo de subsistencia que además está bien pagado, hasta el punto que su presencia ha tenido como resultado el aumento de los precios en aquellas localidades en las cuales viven, creando la consecuente tensión con los nativos de dichas localidades.
Pero como en todo, entre los inmigrantes también hay diferentes categorías o niveles. Me hablan de un campo de refugiados, también en la frontera con Arabia Saudí, al cual intentamos una vez acceder en vano, debido a la falta de autorización por parte de las autoridades yemenís, lo cual me hace pensar en los campos de concentración.
Cuando viajo en coche, sobretodo hacia al norte, allá donde las montañas empiezan a asomar, miro hacia uno y otro lado sin descanso, y siempre veo la misma imagen: Mujeres cubiertas de negro, bajo un sombrero de paja de anchas alas, trabajando en el campo, y hombres tirados en el suelo, frente a una tienda o frente a sus casas, masticando qat. Y entonces me entristezco al pensar lo duro que deber ser, ser mujer en este país. Me lo confirma una compañera yemení ginecóloga empleada en uno de nuestros hospitales, cuando comparte duras anécdotas como aquella en la que a una mujer tuvieron que quitarle el útero tras previas cesáreas y su marido se negó a llevarla a casa, pues reclamaba otra mujer con la que poder tener hijos. Esta cosificación de la mujer es mayor cuanto más se adentra uno en las zonas rurales, donde la mujer debe incluso esconder sus ojos bajo un velo negro.
Todo esto contrasta con la belleza del paisaje. En el proyecto en el que me encuentro ahora, casi fronterizo con Arabia Saudí, uno no puede dejar de mirar alrededor con asombro, por la magnitud de las montañas, la historia que sus aldeas esconden a través de su arquitectura y la pureza de la atmosfera que se respira. Solo los edificios destruidos por las bombas aquí y allá, y el sonido de los aviones sobrevolándonos, nos recuerdan donde estamos.
Es al parecer en esta zona del país donde todo comenzó. Famosos por su espíritu guerrero, habituados a las armas, orgullosos de sus tierras, productoras de la mayor parte de los alimentos consumidos en este gran país y con un sistema tribal profundo, no vieron con buenos ojos que el gobierno central les ignorara durante el periodo de transición tras la Primera Árabe yemení. Así que, al mismo tiempo que participaban en un dialogo pacifico con el gobierno central, su brazo armado avanzaba poco a poco hacia la capital, hasta obtener su absoluto control. Hasta día de hoy. Arabia Saudí, por su parte, consciente de la importancia de esta parte del país para obtener el dominio de las zonas más al sur, concentra sus fuerzas en su control y destrucción, de ahí los numerosos frentes a pocos kilómetros de donde estamos y la continua presencia de aviones. Sin embargo, por muchas armas y tecnología que empleen los saudíes, los yemenís cuentan por un lado con la protección de las montañas, y por otro, con la ausencia de miedo de su población, dispuestos a morir por su país.
Dado lo complejo del contexto, la casi permanente presencia de la guerra, ya sea civil o internacional, y la pobreza crónica del país, a veces me pregunto qué llegara antes, si la paz y la estabilidad, o la destrucción total. Los yemenís, sobre todo los del norte, son portadores de profundas tradiciones conservadas gracias a su aislamiento histórico y cuya protección deben a las montañas que ahora les defienden de la guerra. Esto les hace intensamente interesantes, sobre todo para estudiosos de la antropología y la historia. Sin embargo, es esto también los que les está destruyendo. Los yemenís ignoran por ejemplo el daño que están haciendo sobre su propia tierra a través del cultivo del qat. Se trata ésta de una planta tradicional con efectos excitantes, cuyas hojas recogen e introducen en uno de los lados de su boca de manera acumulativa hasta formar una gran bola. Su consumo ha llegado a tal nivel que muchos agricultores han dejado de cultivar alimentos para cultivar esta planta, cuyos beneficios económicos son significantemente mayores, sobre todo si tenemos en cuenta además las cantidades exportadas a países como Kenia. Desgraciadamente, la demanda de agua que esta planta requiere está dejando prácticamente seca muchas ciudades, sobre todo Sanaa.
Los yemenís, desconocedores de los avances tecnológicos y de la estabilidad, imposibilitados a mirar más allá de sus fronteras, solo conocen el pasado y el presente. El futuro para ellos resultaría desesperanzador. Pero esta falta de una perspectiva futura y una conciencia sólida sobre la importancia de cuidar el presente para un beneficio futuro, también les está matando.
A pesar de todo esto, sigo encontrando Yemen el país más interesante que he visitado hasta ahora. En parte por su contexto, historia y tradiciones (con esa manera tan característica y única de vestir de los hombres, con una chaqueta estilo inglés sobre un traje blanco adornado por una yambía sujetada con un cinturón y un turbante sobre la cabeza), pero en parte también por lo acogedores de sus habitantes. Los yemenís son gente fuerte y orgullosa de su historia y, una conversación con ellos, te hará olvidar la dureza de su contexto para pasar casi a admirarla.